11 marzo 2015

EL FUNDAMENTO DE LOS RELATOS

Contaba el argentino Feinmann la historia de aquel gaucho que exclamaba: “donde hay humo hay asado”, y corría detrás de una locomotora. Suele ocurrir. Los actos, decisiones y objetivos de los seres humanos se guían y deslizan sobre la visión que tenemos del mundo que habitamos. Pero hemos de estar atentos al relato que manejamos, no nos ocurra lo que al gaucho que perseguía la máquina.

El pasado 5 de marzo Joxan Rekondo publicó en Noticias de Gipuzkoa un artículo que precisamente llevaba por título “Relatos”. Un artículo bien planteado, positivo, empático, con un enfoque que supera los habituales enfrentamientos y descalificaciones con que confrontamos nuestra particular visión del humo del asado. En nuestro país, sostiene Rekondo, manejamos relatos de la historia que, a partir de determinadas circunstancias, nos han permitido existir y llegar hasta el presente, con dificultades, por descontado, dejando pelos en la gatera, pero vivos y con una considerable capacidad a estas alturas del siglo XXI.

En el conjunto de relatos de nuestro país podemos distinguir tres grandes grupos. El primero, el de las posiciones de los dos estados que nos tienen sometidos. Conforman la ideología general de ambos nacionalismos y, en este momento, discurso dominante, no creo que sea de mayor interés su denuncia.

El segundo corresponde al modelo autóctono. No se define directamente desde las instancias de poder, la monarquía o los estados español y francés, sino desde aquí. Acepta la subordinación del país vasco-navarro pero con la adición de una peculiaridad, que es el “pacto” que la justifica. Garibay fue su primer exponente. Garibay era un “intelectual orgánico” al servicio de los Austrias españoles en el siglo XVI y construyó la ficción del “pacto foral”. Su versión moderna la conforman los “foralistas” que aceptaron la (mal) llamada ley Paccionada de 1841. Si aquellos barros trajeron estos lodos, ese es el origen de los actuales “navarreros”, tras el tamiz de Víctor Pradera.

La tercera posición se sitúa en la defensa del país. Tiene variantes, tres fundamentalmente, pero todas se refieren al país con pretensiones de sujeto político. En algún momento hemos definido estas variantes como los tres “paradigmas” que nos permiten un acercamiento a la realidad actual de Vasconia y su proyección al futuro. Aquí es donde Rekondo sitúa su artículo. Expone las tres variantes con respeto, aunque se inclina a destacar los valores del foralismo guipuzcoano de Larramendi.

El relato “foral” de Larramendi es intenso y radical, dentro de lo que era posible en las concepciones políticas del siglo XVIII. Incluso afronta la posibilidad de configurar una “República de las Provincias Unidas del Pirineo”, una especie de traslado al Pirineo de las “Provincias Unidas de los Países Bajos“. El final del siglo XVIII y el XIX fueron testigos de los ataques directos al corazón del sistema que, dentro de la subordinación, había permitido la supervivencia del país. Y nos llevó a dos guerras de gran intensidad en las que la causa de la defensa foral se vio imbricada con intereses de otro tipo. Algunos espurios, como los dinásticos españoles o los religiosos; y otros reales, como el ataque a las propiedades comunales con el pretexto de la desamortización de “bienes de manos muertas”, sobre todo en manos de la Iglesia católica. La derrota en ambas guerras condujo a la desaparición del Antiguo Régimen.

Más allá de Larramendi, con la idea de superar la subordinación que el “orden foral” representaba para Vasconia, y en línea con las tendencias de su época, Arana Goiri propuso un planteamiento nacional del caso vasco. Con su neologismo “Euzkadi” denominó a una nación que debería tener su lugar como Estado al mismo nivel que el resto de naciones del mundo.

Sin ser nuevo, pues data de Arturo Campión y de Anacleto de Ortueta, se ha abierto paso entre nosotros otro relato que cita Rekondo en su artículo. Se trata de Navarra como expresión política del pueblo vasco, independiente durante muchos siglos. Este enfoque no pretende retorno alguno a situaciones pasadas, de tipo medieval o monárquico como dicen quienes lo menosprecian, sino que hace hincapié en la naturaleza universal y de reconocimiento internacional de nuestro pueblo, a través de su existencia en un Estado real.

Un relato con fundamento

Esta visión del país centrada en el Estado histórico de Navarra trata de complementar dos puntos de vista. Es decir, pone en valor la existencia real de un Estado vasco independiente, responsable a su vez de la nacionalización del pueblo vasco. En este sentido la tesis sociolingüística de Koldo Zuazo del primer euskera unificado alrededor del reino de Pamplona hacia el siglo XI ofrece un modelo de interpretación que sirve para muchos otros fenómenos.

Pero este relato presenta una enorme virtualidad de cara al futuro. Navarra representa la independencia vasca y en ello es un factor de gran importancia para los retos actuales. En clave nacional, territorial, de sujeto político... Como es bien patente en el caso del Estado español, las naciones sometidas no tienen perspectivas de futuro dentro del mismo. La alternativa a plazo medio es independencia o desaparición.

A diferencia de lo que nos plantea Rekondo, para situarnos en el presente tomemos un caso actual como modelo. Lo contemplamos en la conflictividad y urgencia de las recientes elecciones griegas. Con un panorama complicado, los dirigentes griegos se enfrentan a la Troika y discuten sus intereses en Europa con un manifiesto protagonismo. De tú a tú. Son sujeto de facto, y defensores acérrimos de sus intereses. Son Estado. Hoy, para ser sujeto político en el mundo, es imprescindible ser un Estado. En nuestro caso, por el contrario, por muchas alabanzas o pegas que le otorguemos al modelo autonómico, estamos sometidos al poder español (y por otra parte al francés) y ello es nefasto. No sólo porque ese poder corresponde a la dominación, la cultura del pelotazo, el subsidio y el compadreo de algunos estados mediterráneos. Sino también, y sobre todo, porque nos inhabilita para ser nosotros sujeto. Grecia también tiene sus problemas pero, al ser Estado, dispone de una capacidad de maniobra que a catalanes y vascos nos es negada de raíz. Puede negociar aunque sus fuerzas sean pequeñas. Nosotros, al no ser Estado, no tenemos ninguna.

Volviendo así al debate de los paradigmas, el principal fallo de la visión foral y de la aranista es el de no contemplar a nuestro país en su integridad nacional. Como sujeto unitario. En el mejor de los casos asumen una nación compuesta de siete naciones o, quizás, de seis. Algunos incluso las reducen a tres. No perciben que esa división, hoy consolidada en forma de “provincias”, “comunidades autónomas” o “trozos de departamento”, corresponde a particiones inducidas desde España y Francia, a lo largo de siglos, para provocar nuestra debilidad, a generar enfrentamientos internos y, a la larga, nuestra disolución e integración en sus respectivas naciones. El valor de la perspectiva navarra es que se presenta con mayor altura y capacidad de explicación y comprensión de nuestra trayectoria histórica, por lo menos desde el siglo VIII y coincide con la que ofrece una mejor proyección de futuro. El resto de visiones son parciales y en el fondo contradictorias: es el caso del bizkaitarrismo, el navarrismo, guipuzcoanismo… Al final, localismo y paletismo.

Rekondo ensalza el modelo de Larramendi y su loa a Gipuzkoa. Es evidente que los valores que describe Larramendi de su Gipuzkoa natal son ciertos, pero no debemos olvidar que Gipuzkoa es una construcción política de Castilla para hacer frente a una Navarra que seguía siendo independiente tras haberle arrebatado su franja marítima. Castilla creó Gipuzkoa para combatir a la Navarra Oriental que permanecía y cerrar sus vías de salida al mar de Bizkaia. Fue un instrumento que favoreció la desunión y desvertebración de la nación navarra.

Aunque estemos orgullosos de nuestras raíces, de nuestras gentes, y de considerarnos guipuzcoanos, vizcaínos o alaveses, nuestro proyecto de futuro debe encararse con una perspectiva nacional completa. Otra cosa es correr tras un humo incierto que, como al gaucho argentino, nos conduce a cualquier paradero indeseado.

Angel Rekalde / Luis María Martinez Garate

NAIZ 2015/03/13

DEIA 2015/03/20

NOTICIAS DE GIPUZKOA 2015/03/21

NOTICIAS DE NAVARRA 2015/03/25

06 marzo 2015

MEMORIA Y RELATO



Ya que memoria e historia no están separadas por barreras infranqueables sino que interaccionan permanentemente, se deduce una relación privilegiada entre las memorias ‘fuertes’ y la escritura de la historia. Cuanto más fuerte es la memoria –en términos de reconocimiento público e institucional-, tanto más el pasado del que ella es vector llega a ser susceptible de ser explorado y puesto en historia

Enzo Traverso


Como afirma el intelectual valenciano Joan Francesc Mira vivimos en un mundo fet de nacions, “hecho de naciones”, “constituido por naciones”. Esto es un hecho innegable. Lo mismo que también lo es que todos los humanos anclamos nuestra identidad, las raíces de nuestra pertenencia social, en una nación. Sobre todo en el mundo occidental en el que vivimos nadie puede decir que no se incluye en una nación. Sea cual sea. En cuanto se araña, bien sea de modo superficial, en su adscripción identitaria aparece una nación.

Otra cuestión, también universal en nuestra época, es la inscripción, obligada en este caso, en un Estado. El mundo también está construido sobre los estados. No existe nadie que escape a este hecho. También es otro problema, en el que aquí no voy a entrar, el hecho de que las naciones y los estados del mundo conforman dos realidades diferentes. En ocasiones coinciden, pero en otra muchas, no. La diferencia estriba en que la adscripción estatal es impuesta, mientras que la nacional, aunque los estados la intenten asimilar, tiene capacidad de ser voluntaria e incluso de oponerse a las estructuras y mugas estatales.

Para que un grupo humano, una sociedad, se autorreconozca como nación hace falta que “alguien” construya y transmita un conjunto de hechos objetivos, como lo son una lengua propia y diferenciada, una historia común, unos sistemas sociales y económicos semejantes. Pero, sobre todo, a nivel del imaginario colectivo son imprescindibles unos símbolos, unos mitos o leyendas fundacionales, determinados lugares, paisajes o monumentos, en los que el grupo se siente integrado y que dan sentido a su pertenencia. Esto es lo que se puede llamar el “relato”. El “relato” es un conjunto de historias, narraciones, mitos y leyendas; creencias y fiestas; paisajes u otro tipo de lugares en los que un pueblo se siente representado en una visión que comparte con el resto de su sociedad.

Para construir el relato capaz de afirmar una nación hay dos caminos. El primero y más importante, el “normal”, el de las naciones que tienen un Estado a su servicio que se lo ofrece mediante su sistema educativo, para niños y jóvenes sobre todo, y a través de la propaganda de sus medios: televisión, radio, prensa, Internet etc,, para todos Es lo que forma parte de lo que el politólogo inglés Michael Billig ha denominado como “nacionalismo banal”. El segundo, el que corresponde a naciones que no tienen Estado y en las que el que tienen trabaja en su contra, a favor de la desnacionalización propia y su renacionalización en la del dominante. En estos casos la labor de construir un relato propio es ardua. Debe hacerlo la propia sociedad nacional. Para ello hay que desmontar toda la mitología impuesta desde el Estado dominante.

La memoria histórica constituye el fundamento para la construcción del relato capaz de construir con efectividad una nación. No existe ninguna sociedad sin memoria histórica. Como se ha indicado, normalmente ese imaginario colectivo que conforma la memoria viene construido y transmitido desde el Estado. En nuestro caso, por la parte de Navarra sometida al Estado español nos encontramos con una “memoria histórica” basada en materiales que comienzan por la resistencia de Numancia (Iberos, como antecedentes de los españoles) frente a los romanos. Le siguen los godos, que constituyen, sobre todo tras la conversión de Recaredo, el antecedente de esa España una y grande que construirá un Imperio; la legitimidad histórica de España se soporta sobre la monarquía visigoda. Tras la “conquista” musulmana, la siguiente etapa es la llamada “reconquista” en la que entorno a Castilla y frente al “extraño” –el “moro”- se forja, de nuevo, España. Los reyes “católicos” a finales del siglo XV reafirman esa unidad incorporando a Castilla la Corona catalana-aragonesa. Poco después es el Imperio en el que “no se ponía el sol”. La guinda la pone la guerra de la “independencia” contra la ocupación francesa. Desde niños hemos aprendido, memorizado e interiorizado estos elementos y son los utilizados en el lenguaje cotidiano de todos los medios de comunicación españoles. Los franceses por su parte tienen a Clovis y su conversión al cristianismo, Santa Juana de Arco frente a la ocupación inglesa, el “rey sol” con su esplendor europeo y culminan con la “revolución” de 1789 seguida del imperio napoleónico.

Todos estos elementos forman parte del relato que constituye la nación española, o francesa en su caso. Si nosotros pretendemos conformar la nuestra (Vasconia, Euskal Herria, Euskadi, Navarra o como la queramos llamar, que ya es otra historia) debemos construir nuestro propio relato. No podemos tener siete relatos, uno por cada “territorio histórico”, muchas veces contradictorios y enfrentados entre ellos. Tendríamos así siete naciones y no una. Menos todavía los que dan soporte a las actuales divisiones administrativas impuestas por España y Francia, comunidades autónomas y departamentos. Obviamente nuestro relato no puede estar basado en los “trozos” de los relatos español y francés que hacen referencia a nuestro pueblo. Tenemos que construir uno en el que todos nos sintamos reflejados, percibamos con claridad el desarrollo histórico de nuestra nación y sobre el que podamos proyectar nuestro futuro.

Nuestra sociedad ha sufrido a lo largo del proceso de la historia una secuencia de conquistas, ocupaciones y subordinaciones que la han hecho presa fácil de sus dominantes, también a nivel ideológico. El historiador Jacques Le Goff dice: “La memoria colectiva ha sido una apuesta importante en la lucha de fuerzas sociales por el poder. Convertirse en amo de la memoria y del olvido es una de las grandes preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas. Los olvidos, los silencios de la historia son reveladores de estos mecanismos de manipulación de la memoria colectiva”. La batalla de la memoria se constituye desde el momento en que, como ya se ha dicho, no existe sociedad alguna sin memoria. Un grupo humano sin memoria no puede existir, no tendría la cohesión suficiente para existir como sociedad diferenciada y estable. Si no tiene capacidad, fuerza, para mantener una propia, asume necesariamente la que le impone quien le ha vencido, lo que refuerza aún más su dominio.

Los hitos fundamentales que marcan nuestra historia vienen dados por la principal construcción política que ha realizado el pueblo vasco: el reino o Estado de Navarra. Este es el relato que puede dar sentido a un proceso de siglos y permitir que afrontemos el futuro como sociedad cohesionada, como sujeto político. Afirma Reinhart Koselleck: “La condición de vencido oculta visiblemente un potencial inagotable de progreso de conocimiento”. Y no sólo lo oculta sino que permite desvelarlo y actuar como factor de reivindicación, reparación y elemento liberador. La idea fuerza de que el vencido que “olvida”, que pierde la memoria histórica, entra en el campo de su doble derrota, posiblemente definitiva, fue expuesta por Walter Benjamín en sus “Tesis sobre el concepto de historia” de 1940. Mientras exista memoria de las injusticias hay vías abiertas para repararlas.

Si la sociedad vasca ha sufrido atropellos, injusticias y derrotas a lo largo de la historia no van a ser los historiadores al servicio de quienes nos las inflingieron quienes las denuncien. Los historiadores oficiales tienden a minusvalorar la memoria de los vencidos, a olvidarla o a incorporarla a su relato. Albert Balcells afirma en este sentido: “El historiador que menosprecia la memoria histórica como una superchería política está haciendo, de modo voluntario o involuntario, el mejor servicio a la política de amnesia colectiva y de desarraigo, que facilita la manipulación de la masa por parte del poder oficial”. Todo lo que podamos aportar como memoria propia, no sumisa, será tildado de mito, leyenda o, si llegan a reconocer su realidad independiente, menospreciado.

Por esta razón nunca encontraremos en las historias de España ni en la memoria que generan, mención alguna a Pedro II, mariscal o jefe de los ejércitos de Navarra frente al ocupante en 1512 y en 1516, fecha en que fue derrotado y encarcelado, en Atienza en primer lugar y en Simancas posteriormente, donde murió acuchillado. Todavía se debate si fue asesinado o se trató de un suicidio, pero, en cualquier caso, un acontecimiento provocado por su prisión. Fue una vida ejemplar de servicio a la causa de la justicia y la libertad. Un claro compromiso con Navarra y su organización política, del que quedó excluido cualquier tipo de traición o componenda. Este personaje constituye una parte importante de las mimbres que deberían constituir nuestra memoria colectiva. Con este hilo y otros muchos análogos se podrá tejer el relato propio de nuestra nación, el que nos permita constituirnos como sujeto político capaz de afrontar los retos que, como sociedad, nos plantea el mundo en el primer tercio del siglo XXI.

Las bases sobre las que sustenta la visión de una Euskal Herria con “siete territorios históricos” corresponden a la aceptación acrítica de los relatos impuestos por España y Francia. Las “provincias” fueron constituidas por Castilla-España en la vertiente sur de los Pirineos como un modo de neutralizar el origen político navarro del conjunto vasco. Pienso que el relato que puede otorgar sentido a Vasconia y proyección hacia el futuro debe sustentarse sobre la realidad política del Estado de los vascos.

Esa memoria que nos ha constituido hasta la modernidad estaba vigente todavía en el siglo XIX. Como ejemplo nos aparece una de las denominaciones de la primera guerra carlista como “la Guerra de Navarra”. Hasta el último tercio de dicho siglo es la Diputación de Navarra la que se erige con capacidad de presentar iniciativas a sus “hermanas vascongadas”. Con el auge del proceso industrial en Bizkaia y Gipuzkoa y el surgimiento del nacionalismo vasco moderno, el bizkaitarrismo de los hermanos Arana Goiri, este liderazgo luce cada vez con menos brillo. Prácticamente se ocultó a partir de la fallida asamblea de municipios navarros de 1918 reventada por Víctor Pradera, ideólogo agente del nacionalismo español. Los dramáticos y tristes acontecimientos que, sobre todo a partir de 1931, culminan en 1936, llevaron al eclipse total de la Navarra histórica real. Su memoria fue casi borrada y sustituida por la de una Navarra protagonista de la última “cruzada”. Una Navarra “foral y española”, como gusta decir a sus ideólogos.

Esta memoria impuesta por quienes dieron el golpe militar y vencieron en la guerra de 1936 ha servido para ocultar la auténtica memoria de la Navarra soberana, independiente, Estado europeo, la máxima creación política de los vascos. Pero es esa Navarra la que puede constituirse como base de nuestro relato nacional en el siglo XXI. Los cargos y responsabilidades de lo ocurrido en 1936 y años posteriores tendrán que soportarlos quienes llevaron a cabo la barbarie, pero no son imputables a Navarra. Si alguien la sufrió fueron los propios navarros, con casi 3.500 fusilados por pura venganza o “escarmiento” en expresión acertada de Miguel Sánchez Ostiz. Y toda la represión posterior que también se cebó sobre ellos.

François Hartog afirma: “La memoria colectiva es ‘una corriente de pensamiento continua’, no retiene del pasado más que lo que permanece vivo”. Y esa vivencia de Navarra como hilo conductor de Vasconia, de Euskal Herria, a través de los siglos creo que es el bastidor que nos permitirá tejer el futuro, persistir con éxito en el siglo XXI y en los posteriores. Fuera del “relato navarro” veo muy difícil conseguir esa necesaria visión global del País, no siete ni tres. Es el relato que nos puede otorgar esa unidad imprescindible para actuar como sujeto político en el mundo, libre y solidario con el resto de naciones.


Bibliografía

Balcells, Albert. “Llocs de memòria dels catalans”. Barcelona, 2008. Editorial Proa.

Billig, Michael “Nacionalisme banal”. Valencia 2006. Editorial Afers Universitat de València. En español “Nacionalismo banal”. 2014. Editorial Capitán Swing.

Hartog, François. “Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps”. Paris 2012. Éditions du Seuil. Histoire.

Koselleck, Reinhart. “L’expérience de l’histoire”. Paris 1997. Gallimard / Éditions du Seuil.

Le Goff, Jacques. “Histoire et mémoire”. Paris 1988. Gallimard. Folio histoire.

Mira, Joan Francesc. “En un mon fet de nacions“. Palma (Mallorca) 2008  Lleonard Muntaner Editor

“Proyectos sometidos por la Diputación de Navarra a las de Vizcaya, Alava y Guipúzcoa”. Pamplona 1866. Imprenta Provincial.

Traverso, Enzo. “Le passé, mode d’emploi, histoire, mémoire, politique”. Paris 2005. La fabrique éditions.


Haria 37. marzo 2015 martxoa