30 octubre 2014

VIOLENCIA


“Mientras cada uno no asuma que toda violencia, sea o no terrorista, es injustificable, no avanzaremos” 
“Democráticamente hablando, no permitir a un pueblo que se exprese me parece una barbaridad


Las frases citadas forman parte de una entrevista realizada desde el grupo Noticias al sociólogo Javier Elzo. Son, además, los titulares con los que el diario resaltaba la información. No sé hasta que punto el común de los mortales tenemos asumido el hecho de que la “violencia” es algo implícito en la estructura de cualquier sociedad, pero parece que no. Da la sensación de que hay “violencias” que pasan por delante de nuestros ojos, incluso que las sufrimos, y son transparentes. Parece que no existen.

Este es el caso evidente de la segunda afirmación de Elzo: “es una barbaridad no permitir a un pueblo que se exprese”. Está claro que es una barbaridad, pero, sobre todo, es un acto de violencia contra ese pueblo. En mi opinión un acto muy grave, por lo menos si, como afirma, se trata dentro de un contexto aceptado comúnmente como democrático.

Este acto es violento de la forma más sutil y efectiva que se puede ejercer violencia; no se ejerce en acto sino como amenaza. Todos los poderes del Estado que “no permite a un pueblo expresarse” están permanentemente vigilando –recordemos el panóptico, citado tanto por Bentham como por Foucault-, amenazantes, al pueblo díscolo que “quiere expresarse”.

Y esa violencia no se reconoce como tal. Y su existencia lleva a la primera reflexión de Javier Elzo. “toda violencia es injustificable”. Con lo cual estamos ante un aparente callejón sin salida. Y efectivamente, da la sensación de que por esa vía no podemos “avanzar”.

Lo que sucede es que tal afirmación, “toda violencia es injustificable”, no es cierta. Cuando la ejerce quien detenta el “monopolio de la violencia legítima”, es decir el Estado, parece que no existe, que es transparente. ¿No son violencia todas sus instituciones? No sólo las cárceles, sino toda la legislación que impone, la penal por supuesto, pero todas las demás también, incluso el Código de Circulación lo es.

Esto es así desde siempre, desde antes de convertirnos en humanos. El hecho de ser seres sociales implica la adaptación de unos a otros y eso conlleva un grado de violencia; no todos quieren lo mismo y muchos aspiran a lo que otros también desean, a nivel individual, pero sobre todo de la colectividad. Más todavía cuando las jerarquías sociales exigen una parte no equitativa del excedente producido por su grupo. La coerción supone, en estos casos, un grado más explícito de violencia.

La única solución consiste en que esa sociedad se estructure de un modo tal que en el mismo la violencia necesaria se ejerza de manera legítima, lo que significa que su organización llegue a un nivel de consenso general, sea capaz de equilibrar los intereses contrapuestos y ponga los medios de arbitrar ante las disputas y de recuperar, en lo posible, los intereses minoritarios y reprimir a quienes lo rompan. Es decir que su legalidad sea un reflejo de su legitimidad.

En el presente, en la situación en la que una sociedad (auto)centrada, (auto)reconocida como nación, cuestiona el monopolio de violencia “legítima” que un Estado pretende ejercer en exclusiva, en detrimento de las naciones que incorpora, territorial y demográficamente, en contra de su voluntad, la violencia del Estado puede resultar insoportable e injusta. Con lo cual la rebelión de la nación subordinada se convierte en legítima.

Los medios con los que pretenda ejercer su(s) poder(es) para constituirse en un igual de quienes la mantienen aherrojada serán discutibles en función de la relación de fuerzas y de la capacidad de hacer aceptar sus posiciones ante la comunidad internacional, pero nunca ilegítimos. En ese momento tanto los estados constituidos como las naciones que aspiran a convertirse en sus iguales han abandonado el campo de la ética y se encuentran en ese “bellum omnium contra omnes” que afirmaba Hobbes era la política internacional.

25 octubre 2014

LA INDEPENDENCIA EXPLICADA A MI HIJO



Cada vez que actúas dejando de pensar por ti mismo, estás actuando de acuerdo con el pensamiento de otro

Víctor Alexandre

El autor, Víctor Alexandre, construye en este libro la ficción de un padre que explica a su hijo, en diálogo con él, los asuntos más relevantes concernientes al proceso iniciado en Cataluña hacia su independencia política con relación a España. Uno de sus mensajes centrales consiste en transmitir al chaval un pensamiento crítico. Un pensamiento propio, capaz de tamizar la enorme cantidad de datos que recibimos desde fuentes, dispares sí, pero siempre sesgadas por los intereses políticos a los que sirven. Ese conjunto de datos; aparentemente caótico, no constituye de por sí información. Eso es lo que debe procesar cada persona, de acuerdo con unos criterios propios adquiridos a lo largo de la vida, para constituirse en información. Tales criterios no serán inmutables, evolucionarán con la persona y dependerán de su madurez, pero siempre deberán ser propios.

El último trabajo de Alexandre es un trabajo didáctico. Su objetivo es figurar cómo un padre puede transmitir a un hijo casi adolescente, de trece años, pautas que le sirvan de ayuda para conformar tanto su identidad personal como colectiva -cuestiones no separables con facilidad-, con criterios propios.

El arraigo social de una persona comienza desde que nace, algunos dirán que incluso desde que el feto oye las voces de su entorno o la música que suena en su alrededor. La primera lengua que escucha y aprende ya inicia ese proceso. La infancia es una etapa decisiva, y la familia y las amistades su principal medio transmisor. Según va creciendo, su mundo de relaciones se amplía y recibe multitud de datos de los medios de comunicación, de su escuela, de sus amigos, de los padres de sus amigos, cúmulo que sigue aumentando a lo largo de toda su vida.

La evolución de la persona, la construcción de su personalidad, genera conflictos que debe resolver, en lo posible, de modo positivo. Estos conflictos se centran normalmente sobre identidades: sexual, de estatus social y económico, de pertenencia, etc. Cuando una nación disfruta de un Estado que le es favorable, que “nacionaliza” a sus ciudadanos de modo positivo, que favorece su lengua y cultura propias, que presenta su memoria histórica y su relato de modo centrado, se genera en la persona eso que se ha llamado “nacionalismo banal” (Billig, 1998) y que supone su adhesión acrítica a la nación en que la ha nacido y sido educado. Los conflictos derivados de la pertenencia nacional son de poca importancia.

Por el contrario, surge un conflicto cuando el niño crece en una sociedad en la que su lengua y cultura, habituales en el medio familiar y de amistades, son perseguidas, cuestionadas o deformadas desde las instancias –sistema educativo, medios de comunicación etc.- en las que se manifiesta la “autoridad” de un Estado adverso. Son estos entornos –familia, amistades- los que deben apoyar el desarrollo de su personalidad para que, en su evolución, adquiera la capacidad crítica necesaria para discriminar los mensajes que tienden a asimilarle a la nación dominante (nacionalismo banal) de los que son capaces de integrarlo en una visión del mundo en la que el centro sea su propia nación, su propia lengua y cultura. Abierta al resto de lenguas, cultura y naciones, por supuesto, pero anclada en las suyas.

Esto sucede entre nosotros, en Vasconia, donde la lengua, la cultura, la historia, la memoria han sido y siguen siendo ocultadas, perseguidas o tergiversadas desde las estructuras de las naciones dominantes: España y Francia. En los Países Catalanes ocurre lo mismo, sólo que con variantes distintas según el territorio de los mismos del que se trate.

Hoy está en marcha un potente movimiento en pro de la independencia del Principado de Cataluña, el País que dentro del conjunto catalanoparlante, de la nación catalana, ha logrado mantener una conciencia más profunda de su personalidad y sus exigencias lingüísticas y sociales y, por lo mismo una mayor capacidad de movilización. Este proceso se mueve a contracorriente de lo que es “políticamente correcto” en el Estado español, va en contra del ya citado varias veces “nacionalismo banal”. Pero es un movimiento de gran fuerza y que ha movilizado en varias ocasiones a cientos de miles de personas; bastante más de un millón en las dos últimas diadas de 2013 y 2014.

La edad en la que Víctor Alexandre ubica a “su hijo”, 13 años, ya le supone una capacidad de razonamiento y crítica intelectual casi adultos. Aunque le falten por desarrollar determinados aspectos emocionales, algunos de los mismos, como el sentido de pertenencia, están ya muy desarrollados. Y aquí está el núcleo de su trabajo: un padre explica a su hijo el porqué de la independencia. Los motivos que conducen a su necesidad y la crítica de las posiciones –conservadoras- que se oponen a ella. Los capítulos van desarrollando los diversos asuntos. Identidad, países catalanes, historia, lengua, economía, deportes, democracia, dependencia, nacionalismo y libertad son sus diferentes secciones.

Alexandre se esfuerza, y según mi opinión lo logra, en expresarse en un lenguaje sencillo, asequible a la edad de “su hijo”, con ejemplos muy cercanos al mundo de la adolescencia, como es el de los deportes. Se nota que es un trabajo didáctico dedicado más a padres y educadores que a los propios niños. Un gran mérito de Víctor.

Quien escribe este comentario no tiene hijos, pero cree conocer el mundo de quienes los han tenido lo suficiente como para pensar que se trata de una obra oportuna y de gran interés y ayuda para transmitir a esa juventud incipiente la autoestima y asertividad necesarias para hacer frente a las distorsiones y ocultamientos de los sistemas sociales mayoritarios en los estados que nos dominan a ambas naciones. Considero que es un trabajo altamente recomendable para todos los que tienen puesta sus miradas y anhelos en la próxima independencia del Principado de Cataluña.

Enhorabona, Víctor! Zorionak!


Referencia bibliográfica

Alexandre, Víctor
Barcelona 2014
Editorial Meteora

17 octubre 2014

DERECHO A DECIDIR Y AUTODETERMINACION

Parece evidente que el llamado "derecho a decidir" es un derecho democrático, a pesar de las voces de la caverna hispana que lo niegan. También es un instrumento que puede resultar valioso para confirmar el derecho de una sociedad a su independencia política con relación a un Estado y constituirse en otro propio y distinto.

Surge un problema al tratar de definir cuál es el ámbito territorial y demográfico en el que se puede ejercer este derecho. Con relación al modo en que el Principado de Cataluña lo ha planteado como herramienta para avanzar hacia su emancipación surgen problemas en dos sentidos: hacia “arriba” y hacia “abajo”. Analicemos ambos.

Hacia “arriba”. España acepta el derecho a decidir, pero se lo reserva para ella en exclusiva. Su ámbito, definido por su famosa e intangible Constitución de 1978, va al unísono con su consideración del pueblo español único como titular de la soberanía y con la indisoluble unidad de su nación, definida como petición de principio, por las fronteras de su Estado, por sus habitantes y por su constitución formal, la de 1978. No reconoce unidades menores que sean sujetos políticos.

Hacia “abajo”. Una vez estipulado y aceptado el “derecho a decidir” como principio político, se puede convertir en recurrente. Por ejemplo: si el Principado de Cataluña pretende ejercerlo, ¿por  qué razón no lo va a poder ejercitar a su nivel, digamos, l'Ampordà? ¿O, dentro de l'Ampordà, Figueres?

La única manera de salvar este escollo de forma consistente es apelar al concepto de nación y considerarlo como la unidad territorial y humana con capacidad de ejercerlo democráticamente. No hace falta ser muy avispado ni tener profundos conocimientos de teoría política para llamar a esto por su nombre: se trata del principio de autodeterminación, del ejercicio del derecho a la libre disposición. Es decir que no se puede confundir un derecho básico, asociado a las sociedades constituidas como nación, con un instrumento político utilizable por las personas o por cualquier grupo humano en cualquier nivel de su actividad social.

Otro problema consiste en la necesidad de determinar la existencia de una nación. Su presencia se asocia muchas veces a la de un Estado que le da soporte. Es el caso de los actuales estados-nación. Definen la nación de acuerdo con su territorio, población y fronteras. Pero hay muchas naciones, como la nuestra, que no tienen un Estado propio con capacidad de dar a su pueblo las garantías asociadas al ejercicio del resto de derechos humanos, a la cohesión y estabilidad necesarias para su evolución armónica y prosperidad, al ser un sujeto en el mundo y presentarse ante el mismo con su propia personalidad.

La unidad relevante, la nación, presenta unas características de cohesión social que, si bien desvirtuadas y debilitadas en nuestro caso por la ocupación de los estados dominantes, ejercen la fuerza suficiente para poder actuar como sujeto social –pueblo- con capacidad de cualificarse políticamente y ejercer como sujeto político –nación-.

Cualesquiera otras unidades “inferiores” adolecerán de esta cohesión o supondrán la aceptación de las unidades político-administrativas creadas por los intereses derivados de la dominación. Cuando entre nosotros se plantea la consideración de tres unidades diferenciadas para ejercer el llamado “derecho a decidir”, nos encontramos con una destrucción “a priori” de la nación. La ocupación y el dominio de los estados español y francés han provocado la partición territorial, administrativa y humana entre los dos estados y en dos comunidades autónomas en el español. Pero no son tres naciones. La nación es una, sometida y troceada, pero una. Pretender utilizar los mecanismos ofrecidos por la dominación para “reconstruir la nación” es un imposible.

Ya es difícil de por sí utilizar, para reunificar nuestro país y acceder a su independencia, las instituciones surgidas de la dominación, cuanto más si tiene como origen la finalidad de separar, trocear y enfrentar entre ellas las diversas partes de la nación vasca. Aceptar la partición impuesta para nuestra aniquilación es un paso grave cuando no se tiene una idea clara del sujeto al que se pretende defender. Este sujeto es la nación surgida a la historia a través del reino –Estado- de Navarra. Mientras se siga sustentando su recorrido sobre los siete relatos heredados del aranismo seguiremos por un camino que no lleva más que al abismo.

La supervivencia y prosperidad de la nación exigen la independencia política, el Estado propio. Para lograrlo se requiere concentrar los esfuerzos sociales y políticos de manera precisa y eficaz. Mientras la base implícita (y explícita en muchas ocasiones) sea la proporcionada por las particiones impuestas tras las conquistas y ocupaciones o las presentadas por el aranismo en su renovación del planteamiento nacional, una salida con éxito es muy difícil.

La solución de esta aparente aporía debe partir de la construcción de un relato propio de nuestra sociedad, de nuestra historia, de nuestra memoria. Debe ser un relato que no se soporte sobre los relatos construidos por quienes nos mantienen subordinados Y ese relato común debe ser socializado y hecho general entre quienes se reclaman de la nación vasca, del Estado de Navarra. Sólo a partir de esta perspectiva estratégica se podrán dar pasos en los que la partición y sus instituciones impuestas podrán ser, tal vez, utilizadas de modo táctico para conseguir objetivos parciales encaminados a la independencia efectiva.

En resumen: un relato, uno, no siete ni tres, propio de nuestra historia, que soporte una memoria histórica común, constituye el puntal básico de la estrategia necesaria para acceder a nuestra emancipación. Hay quienes piensan que en Vasconia falta una estrategia adecuada para alcanzar la independencia. Pero, pregunto, ¿cómo puede construirse una estrategia adecuada si falta su primer punto, la definición del sujeto?

NOTICIAS DE NAVARRA 2014/10/18

HALA BEDI IRRATIA 144  2014/10/29

07 octubre 2014

EL IRATI, UN LUGAR PARA LA MEMORIA


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En agosto de 2011 con motivo de la publicación del trabajo de Víctor Manuel Egia Astibia “Orotz-Betelu y Olaldea, una historia industrial a orillas del Iratí” publicado por Iturralde y Nabarralde, escribí un comentario sobre el mismo bajo el título “Memoria industrial del valle del Iratí”. Ahora en el otoño de 2014, tres años después, Egia nos ha ofrecido, también de la misma mano editorial, una nueva investigación divulgativa sobre aquel entorno geográfico, pero situada en una secuencia temporal inmediatamente posterior a la del anterior trabajo. El título de la reseña podría haber sido perfectamente “Memoria industrial del valle del Iratí, 2”, ya que el nuevo libro de Egia se centra en una zona próxima a la de su anterior estudio, en una ubicación más cercana a la cabecera del río Iratí.  Sube al monte, hacia la explotación maderera y sus industrias derivadas.

Para varias generaciones de pamploneses el nombre de “El Iratí” se vio unido al de “El Plazaola”, como dos ferrocarriles de vía estrecha que unían la capital, Iruñea, con Zangotza –con un ramal hasta Agoitz- el primero y con Donostia, el segundo. El Plazaola, a pesar de su origen en la explotación minera de Plazaola en el término municipal de Berastegi, tenía como eje central el propio ferrocarril. El Iratí, por el contrario, tenía unas connotaciones extractivas e industriales mucho más complejas, de las que el tren fue una consecuencia, lógica e importante, pero algo derivado de otras formas de actividad económica. De sus 260 páginas, sólo 30 aproximadamente están dedicadas al ferrocarril.

La nueva obra de Víctor Manuel Egia lleva en su título el nombre de una persona, Domingo Elizondo y Cajén (Aribe 1848 - Iruñea 1929), promotor y creador de El Iratí S.A. Domingo Elizondo, a pesar de pertenecer, como dice el autor, a una familia moderadamente acomodada emigró, casi adolescente, a Buenos Aires. Trabajó mucho y tuvo suerte. Con cuarenta años volvió a su tierra con dinero suficiente para llevar una vida cómoda el resto de su existencia. Domingo no parece que fuera una persona capaz de permanecer ocioso en su casa y sestear al cobijo de sus rentas. Y decidió invertir su capital en el desarrollo del valle del Iratí, explotando de modo racional y complementario su riqueza maderera y la energía extraída de sus cauces fluviales. El primer capítulo del trabajo de Egia es una breve y excelente exposición del contexto social y económico de la Alta Navarra en aquella época.

El cuerpo principal del trabajo constituye una magnifica descripción de la explotación maderera de la selva del Iratí. Incluye, por supuesto, los sistemas de extracción y transporte de los troncos desde los bosques a los lugares de transformación. La exposición de los diversos oficios asociados a las explotaciones e industrias anejas, muchos de ellos pertenecen ya al campo de la etnografía, está estupendamente documentada. Entre los oficios, ocupan un lugar destacado los que se relacionan con la extracción y transporte de la madera. En este sentido resulta de gran interés la información sobre el uso de ríos y embalses para el almacenamiento de los troncos, la utilización de almadías y, sobre todo, las difíciles y arriesgadas tareas relacionadas con su guía por los diversos cauces.

También se relatan las industrias a que dio lugar esta explotación, sobre todo químicas. Queda muy bien reflejada la adaptación tecnológica a los últimos avances de la época en que se desarrollaron el conjunto de factorías. La construcción de presas y embalses, incluido el pantano de Irabia tenía una doble utilidad: por una parte, el suministro de energía eléctrica para usos industriales (factorías químicas, ferrocarril etc.) y domésticos y, por otra, la regulación del transporte de los troncos por el cauce fluvial hacia su destino.

Me parece un acierto la reflexión final que incorpora V. M. Egia sobre “El Iratí, un lugar de memoria”, en el que se incluye la revisión del propio concepto de “lugar de memoria” de la mano de uno de sus creadores, el historiador francés Pierre Nora. Dado el conjunto paisajístico “natural” e industrial que lo constituye, pienso que El Iratí conforma, además, un “paisaje cultural” de gran importancia en la Navarra pirenaica.

“El Iratí”, al igual que su anterior trabajo, se lee de un tirón. Está bien escrito, es didáctico y resulta muy ameno.

El libro se abre con un breve e ilustrativo prólogo del catedrático de Paleontología en la UPV Humberto Astibia Aierra. Concluye, además de con una completa bibliografía, con un Índice Cronológico de gran ayuda para la ubicación en el tiempo y contexto histórico de las personas y hechos relatados. Al igual que en “Orotz-Betelu” el material gráfico, fotográfico sobre todo, es de primer orden y sirve de gran ayuda para entender el conjunto de los temas que abarca la obra.

Referencia bibliográfica

Egia Astibia, Victor Manuel.
Pamplona-Iruñea 2014. Nabarralde.


06 octubre 2014

2016: UNA OPORTUNIDAD PARA LA CULTURA VASCA

A poco más de un año de distancia de que Donostia se convierta en capital europea de la cultura, la sociedad Motako Gaztelua y Nabarralde han organizado una mesa redonda (en el Museo San Telmo) con el título “Donostia, Europako hiriburu euskaldunena”.

Efectivamente, Donostia es la ciudad que tiene el mayor número de vascoparlantes de Europa (y del mundo). Cuestión que no es baladí, sobre todo cuando se erige, como punto de mira, en “capital europea de la cultura”. Sería lógico que las propuestas que se barajasen tuvieran al euskera y a la cultura vasca como eje de sus actividades. Desgraciadamente no es así y esa carencia centró la mesa redonda, con la participación de Joxe Manuel Odriozola y Pako Aristi –dos destacados intelectuales del país- para debatir sobre la situación que determina esta notable incongruencia. Se trataba de alcanzar una perspectiva más amplia, siempre desde la situación conflictiva que supone poseer una cultura minorizada, sin Estado propio y sometida a uno adversario que trabaja en su contra. Se incorporó a la mesa la escritora Patricia Gabancho, desde su posición catalana.

Tras la intervención de los ponentes se estableció un debate entre ellos, al que siguieron algunas preguntas del público presente.

Joxe Manuel Odriozola planteó la distinción entre cultura nacional y cultura étnica. La cultura nacional tiene como apoyo un Estado. Una cultura sin Estado se mantiene como étnica y su lengua cede terreno ante la del ocupante, que termina imponiéndose y sustituyendo a la propia. En este sentido, en el caso vasco no puede hablarse de cultura nacional. No es nacional en su territorio. La sociedad vasca actual no funciona en euskera y responde a lo que el ponente definió un “modo subordinado de socialización”. Sus manifestaciones, teatro, música, bertsolarismo, etc., son expresiones secundarias y supeditadas a las dominantes hispano-francesas.

Ya en el coloquio, citó la definición de cultura que daba Koldo Mitxelena como todo lo referente a las costumbres de vida, trabajo y relaciones entre las personas que conforman una sociedad. Las manifestaciones artísticas, científicas y técnicas son, evidentemente, cultura; pero no constituyen su elemento básico. No representan su corpus central ni garantizan la supervivencia de un pueblo. Citó el caso de Occitania, con un premio Nóbel de literatura –Frédéric Mistral-, en el que la situación lingüística está en fase práctica de extinción: conseguir un premio Nobel no es garantía de supervivencia lingüística ni cultural.

Odriozola destacó que Riga, Letonia, es la capital europea de la cultura de 2014. Claro está que se trata de la capital de un Estado y tiene control sobre su propia cultura a pesar de la fortísima rusificación sufrida durante la etapa soviética. Desde el restablecimiento de la independencia en 1989 esta sociedad ha forzado la recuperación lingüística del letón y ha tratado de implicar a los rusófonos en su programa cultural.

Normalmente las naciones minorizadas son débiles y disponen de escasa capacidad de respuesta frente a los embates de los estados uniformizadores. Son los casos de Bretaña y Galicia. Cataluña en cambio si ha tenido una gran capacidad de reacción y recuperación, pero ha estado unido a un progresivo proceso político de gran radicalidad democrática.

Patricia Gabancho, que nunca había estado en Donostia anteriormente, quedó extrañada, dijo para comenzar, de que en sus recorridos urbanos no hubiera encontrado referencias a la lengua ni a la cultura o a la historia propias. Dejaba entrever que una ciudad con esta carencia comenzaba con mal pie su andadura como “capital europea de la cultura”.

En cuanto a su propio país, se preguntó si se puede ser catalán sin hablar su lengua. No existe sociedad sin identidad y la identidad catalana tiene como tronco central su idioma. Por eso la actual ofensiva de acoso y derribo del Estado español contra el catalán en el País Valenciano, Islas y Franja del Ponent es un ataque directo a la propia nación.

Gabancho resumió las fases de recuperación de la personalidad catalana tras la derrota de 1714: económica, a finales del XVIII con la Junta de Comercio; lingüística y de dignidad y autoestima, con la Renaixença en el XIX; y política, con el catalanismo del siglo XX.

Expuso las razones por las que el actual proyecto político autonomista no puede cumplir sus objetivos en términos lingüísticos y de identidad, pero tampoco en los relacionados con infraestructuras y economía en general. Los catalanes no pueden ser una sociedad normalizada, no pueden hacer una vida ‘normal’ en España.

En el coloquio Patricia Gabancho planteó que el bilingüismo lleva a la biculturalidad y que, curiosamente, los escritores de Cataluña adscritos a la cultura española se posicionan en contra del actual proceso hacia la independencia catalana. Por el contrario, resaltó la importancia que en el momento actual está teniendo dicho proceso, un proyecto colectivo, sobre la reactivación de la lengua propia.

Pako Aristi reflexionó sobre las muchas cosas que se pueden hacer hoy en Euskal Herria, nación sin Estado propio, en el campo cultural. Consideró que la cultura vasca para existir exige tres condiciones: lengua, territorialidad y la existencia de una comunidad cultural. Frente a ello, a lo largo de siglos se ha provocado la fragmentación institucional del territorio y la sustitución lingüística.

Para revertir este proceso y acceder a una recuperación lingüística y cultural, planteó tres requisitos: el primero, amor a la lengua, a la cultura, al país; el segundo, la fuerza para defenderlo con cohesión; y el tercero, la inteligencia necesaria para formalizarlas.

En paralelo con lo expuesto por Odriozola habló del caso letón y de la labor desarrollada por la Unión de Escritores de Letonia; pero, sobre todo, del papel de la independencia política, de la finalización del proceso de rusificación y del respaldo al conocimiento obligatorio del letón. Con este objetivo se impuso el conocimiento del letón como condición para el acceso a la ciudadanía, con la exigencia de determinados plazos para acceder al mismo. Todo ello con la participación de la propia sociedad letona. Sobre esta cuestión, expuso también las políticas de memoria llevadas a efecto, como es el caso del “Museo de la Ocupación”, en el que se presentan las barbaridades practicadas durante la etapa de dominación rusa.

Presentó también el caso Noruego frente a las políticas, primero danesa y posteriormente sueca, de sustitución lingüística. Aristi afirmó que frente a más ocupación se reacciona con una mayor radicalidad lingüística.

También en el coloquio recalcó la necesidad de la independencia como factor fundamental de normalización lingüística y cultural, citó a Txillardegi –“con Estado propio quizás se salve el euskera, pero sin Estado está condenado a desaparecer”- y al caso citado por Odriozola sobre el Nóbel de 1904 a Mistral añadió el de Rabindranath Tagore en 1913, como únicos caso de premio Nóbel a lenguas no oficiales de ningún Estado: el occitano y el bengalí respectivamente.