23 julio 2012

INDEPENDENTISMO DE SALÓN


Artur Mas se verá obligado a dar un paso muy pronto (Carles Boix)

Los esfuerzos por el logro de a independencia de una nación exigen plantear tres cuestiones previas. La primera se refiere a la propia existencia de la nación, de un “demos” que tenga la capacidad de ser sujeto y que sea su soporte con permanencia en el tiempo. La segunda consiste en que ese “demos” tenga efectivamente voluntad de emanciparse, de llegar a ser sujeto político en el mundo y demuestre ese afán estableciendo con claridad el fin que pretende conseguir y los medios que va utilizar para lograrlo, es decir sea capaz de construir una estrategia. La tercera, es saber si quienes la propugnan conocen con suficiente base todo lo que implica construir un Estado viable en el siglo XXI; debe establecer el modelo al que aspira (burocrático, pesado, centralizado o bien, ligero, ágil, descentralizado y sin solapamientos de funciones…)

Estas tres cuestiones se suscitan, sobre todo en el mundo occidental, en cualquier nación que aspire a emanciparse del Estado, o estados, en los que se asienta su población y territorio y en el/los que no está cómoda, es decir no se percibe apoyada en la construcción diaria de su nación y en los problemas que se plantean en un mundo cada vez más globalizado sino que, por el contrario, se ve constantemente agredida. Las respuestas a las tres cuestiones no son unívocas ni pueden serlo. Cada nación vive en situaciones distintas, como son diferentes las relaciones con los estados de los que depende, la memoria que guarda de sus relaciones con ellos y con el resto de naciones y, por supuesto, la historia que les ha conducido al presente.

En nuestro entorno geopolítico próximo tenemos tres naciones en esta tesitura: obviamente la nuestra: Navarra, pero también Cataluña y Escocia. Ya, de entrada, surge una clara diferencia en el tercer caso con relación a los otros dos: Escocia forma parte de un Estado, el británico, de reconocida tradición democrática. Navarros y catalanes, en cambio, pertenecemos a dos estados: España y Francia, cuya principal característica común ha sido, y es, su aversión a la diferencia. Ambos fueron modelos del absolutismo monárquico y, posteriormente de estados totalitarios y en particular en el caso español los largos años de régimen fascista todavía no han sido superados. Su expresión más evidente es la obligación que exigen al resto de naciones que dominan, dentro de su Estado, de someterse a las formas de ser de la impuesta por la que lo ha construido. Francia y España muestran un talante unitario y uniforme a la hora de afrontar las diferencias lingüísticas y culturales que tienen en sus respectivos territorios; ambas han perseguido, con saña rayana en el genocidio, a los pueblos que fueron “incorporando” a sus territorios respectivos y a sus lenguas. Por el “justo derecho de conquista”, claro está.

El propio estilo de la potencia imperial ya marca la posible estrategia de la nación que aspira a su independencia. Posiblemente ésta sea la principal causa de la opción escocesa por un referéndum para determinar su futuro. Frente a la situación escocesa, catalanes y navarros tenemos a los estados español y francés, con todos los lastres acumulados antedichos. Parece una situación bastante más compleja en la que la opción del referéndum no cuaja, principalmente por ser manejable con facilidad por quienes definen arbitrariamente las divisiones administrativas, los censos y demás recursos de sus “democráticos” estados, es decir por quienes utilizan el pucherazo permanente. En Cataluña la inmensa mayoría de quienes luchan por su emancipación consideran el referéndum como el último paso del proceso. Para ellos sería sencillamente el momento de consolidación, a nivel internacional, de una independencia ya lograda de hecho.

Los catalanes parece que otorgan prioridad, lógica por otra parte, a la independencia del Principado frente a la del resto de los Países Catalanes, que quedaría diferida a una etapa posterior a su independencia. Esta opción se puede basar en el hecho de que el Principado es el núcleo central, histórico, simbólico y socio-económico en el presente, mientras que el resto de territorios (País Valenciano, Illes, territorios ocupados por el Estado francés, l’Alguer en Cerdeña) serían espacios y grupos a incorporar posteriormente en el Estado propio. Para lograr esta independencia algunos dan prioridad a una declaración unilateral de independencia desde el actual Parlamento de Cataluña, mientras que otros propugnan tal declaración desde la propia sociedad civil catalana, representada en la Asamblea Nacional Catalana (ANC). La ANC constituye un movimiento cívico apartidario o suprapartidario que pretende englobar a todos los sectores sociales y políticos de Cataluña que persiguen su constitución como Estado independiente.

En la conciencia a favor del Estado propio en Cataluña se dan múltiples factores conjuntos, de los que el económico no es el menor. Incluso hay quienes propugnan un Concierto o Convenio tipo de los de la actual CFN o de la CAV. Si al expolio fiscal, de infraestructuras, etc., se añaden los problemas relacionados con la enseñanza y uso de la lengua catalana, el cóctel para la independencia está servido. Según las últimas encuestas la población del Principado que aspira a la independencia es mayoritaria (un 51% por lo menos). La posibilidad de acceder a un “pacto fiscal” con España tiene tan pocas posibilidades de salir adelante como que los españoles se conviertan al federalismo. El Estado propio es la salida natural e inmediata. Como decía recientemente Carles Boix, profesor catalán en Princeton: Artur Mas se verá obligado a dar un paso muy pronto.

Queda nuestra nación, Navarra. En esta última etapa se escuchan más voces reclamando la “independencia para Euskal Herria”. No obstante no ha aparecido ninguna propuesta pública consistente para concretar el modo de actuar, los pasos a dar, la estrategia en una palabra, para lograrlo. Nada más allá de eslóganes que pueden servir de muletilla para cualquier frase de propaganda electoral. Al no aparecer ninguna proposición concreta es fácil pensar lo que de hecho está sucediendo: no hay ningún debate al respecto. Parece que en nuestra nación, como en Cataluña, la opción de un referéndum en las condiciones políticas marcadas por la subordinación y partición territorial y humana asociadas al imperialismo franco-español, está descartada a priori. Son los mismos factores que impiden la utilización directa de los actuales “parlamentos” de Iruñea o Gasteiz, como soporte de legitimidad de nuestra independencia.

¿Dónde está Navarra en todo este tinglado? Sincera y simplemente creo que no está. No se percibe una conciencia clara de los problemas que suponen desde el punto de vista político romper con un Estado constituido y hacer surgir otro nuevo. Hay quienes piensan que tomando la parte por el todo, sin referencias a la centralidad política de Navarra, pueden conseguir la “independencia” de una “Euskadi”, que nunca se podrá confundir con la nación vasca. Les guste o no a quienes preconizan esta línea, hoy Euskadi designa a una Comunidad Autónoma del Estado español formada por tres provincias españolas y no representa el conjunto del “demos” vasco, ni social ni política ni históricamente. Otros hacen proclamas retóricas a favor de la independencia, pero no llevan a cabo actos performativos para su consecución. En ambos casos se impone la aceptación acrítica del “provincialismo” producto de las conquistas y consecuente subordinación política. Esto es, del “zazpiak bat” o, incluso, del menos comprometido “hirurak  bat” vascongado.

La construcción de un Estado propio exige un gran esfuerzo de definición de metas y medios, de coordinación y acumulación de fuerzas, de estudio y previsión de escenarios Lo que se aprecia normalmente en la actual situación política de Navarra son brindis al sol. No se percibe la coordinación de fines y medios que implica una estrategia efectiva en su favor. Creo que en ambos casos estamos ante dos versiones de un independentismo de salón.

19 julio 2012

MEMORIA DE DONOSTIA



Hay un testimonio, citado por Egaña en su último libro, que me ha resultado de especial interés. Se trata del de José Ignacio Sagasti, refugiado en Usurbil durante el sitio y asalto de Donostia, que escribió en una de sus cartas: “Reinando el partido que se llama servil se echará tierra a nuestras justas y lamentables reclamaciones y harán de nosotros lo que hacen de los indios”. Con su lectura me ha venido a la memoria la anécdota narrada por otro historiador navarro, amigo también, sobre una frase pronunciada en el Archivo de Navarra por la también historiadora María Puy Huici, referida a la ocupación de Navarra tras la conquista de 1512: “¡Nos trataron como a los indios!”. La expresión denota en ambos casos un contenido semejante a pesar de los tres siglos transcurridos entre los dos hechos históricos referidos.

El tratamiento dado al reino de Navarra tras la conquista de 1512 y las consecuentes ocupación y subordinación de todo orden, fueron similares a los empleados por el imperio español en Canarias, Granada, América… ¡Como a los indios! Colonizados. Las distancias que median, no sólo en el tiempo, tres siglos, sino sobre todo en lo que suponía la anulación del Estado de los vascos, un reino con 700 años de independencia y soberanía, frente a una simple ciudad, son grandes. No obstante, San Sebastián había gozado durante el siglo XVIII de un estatus económico alto, gracias sobre todo a los negocios de la Compañía Guipuzcoana de Caracas; era una ciudad relativamente importante, sobre todo en el entramado vascongado de la época.

El asunto central es que en ambos casos estamos hablando de la misma sociedad. En el primer caso se trata de su Estado independiente y en el segundo de una de sus poblaciones más dinámicas, pero se trata del mismo pueblo, del pueblo vasco. La consideración que merecía al conquistador, al ocupante, directamente activo o por instigación y abandono más tarde, es el de una simple colonia. Un siglo después de la conquista de 1512, Pamplona seguía como plaza de ocupación militar por los ejércitos españoles. A Donostia, tras 1813, se le negó todo tipo de ayuda para su reconstrucción, que tuvo que llevarse a cabo con el esfuerzo de sus pobladores y los de toda Gipuzkoa. En 1815, según reseña Egaña, los militares españoles continuaban ocupando las casas que seguían en pie en San Sebastián.

El último libro de Iñaki Egaña transcurre por estos derroteros. Por un lado, narra los acontecimientos que sufrió Donostia en el verano de 1813; por otro, destripa las entrañas que hicieron posible el conjunto de barbaridades descritas, lo explica con todo género de detalles. El amplio desconocimiento de lo acontecido en San Sebastián o, por lo menos, de los auténticos responsables del desaguisado, convierte el libro de Egaña en un trabajo de referencia.

Tras su lectura quedan claras por lo menos tres cuestiones. La primera, que la toma de San Sebastián por las fuerzas anglo-portuguesas conllevó tal cantidad de muertes, violaciones, robos y tropelías en general que, unidos al incendio generalizado, llevan al autor a afirmar que fue “la mayor tragedia en la historia de la ciudad”. En segundo lugar, que la actuación de las tropas conquistadoras estaba cantada; se sabía de antemano que llegaban a Donostia con ánimo de esquilmar y arrasar. Y en tercero, pero no por ello  menos importante, que Castaños y todos los mandos, militares y políticos, españoles estaban al tanto de lo que se preparaba y no sólo no lo impidieron sino que lo azuzaron en contra de los “traidores guipuzcoanos”, por afrancesados dijeron, cuestión incierta por otro lado.

El libro, como todo lo que escribe Iñaki Egaña es muy ameno, de fácil lectura. No soy particularmente experto ni en la época ni el asunto, pero da la impresión de ser riguroso. Los capítulos son muchos y, en general, cortos, lo que permite una cómoda lectura a trozos, sin perder el hilo del conjunto. Es previsible que, al reclamo del segundo centenario, se publiquen más trabajos sobre el asunto, pero que, a nivel de divulgación de lo sucedido aquel triste verano, será difícil que lo superen. Un trabajo, a mi juicio, importante para ayudar a recuperar la memoria histórica del conjunto de Euskal Herria y no sólo la de la población de la capital guipuzcoana, aunque fuera ella la sufridora de los agravios.

  
Referencia bibliográfica

Iñaki Egaña. 
Donostia-San Sebastián 2012. Txertoa Argitaletxea

01 julio 2012

LA BATALLA DE NOAIN





    EL 30 de junio de 1521 sucedió la batalla entre las tropas castellanas y las de Navarra en las campas de Eskiroz y Noain. Nueve años antes, el duque de Alba había invadido el reino navarro y había rendido su capital, Iruñea. Desde entonces, los esfuerzos por recuperar la independencia se habían sucedido, uno tras otro, y habían fracasado. La guerra se prolongaba. Aquel año de 1521, la rebelión de los comuneros en Castilla obligó al ocupante a retirar sus fuerzas y dirigirlas contra la revuelta, con lo que se debilitó el control español sobre el reino. Los navarros aprovecharon la ocasión para intentar una nueva ofensiva. A las órdenes del general Asparrós, una fuerza compuesta de navarros, gascones y franceses aliados liberó Donibane Garazi y atravesó los Pirineos. A la vez, las poblaciones ocupadas se rebelaron y expulsaron a los españoles, como ocurrió en Lizarra. En Pamplona, los propios sublevados hirieron al militar español Ignacio de Loyola en el ataque al castillo donde estaba acuartelado.

    Una vez dominada la rebelión comunera en Villalar, el Ejército imperial volvió a invadir Navarra. La independencia apenas había durado un mes. El general Asparrós, que había avanzado hasta Logroño, antigua ciudad navarra que intentó tomar, se retiró hacia Pamplona. En Noain, junto al castillo de Tiebas, estableció su campamento. El Ejército español, engrosado con los vencidos de Villalar, reunía una tropa de 30.000 soldados. Una columna dirigida por Francés de Beaumont atravesó por senderos de pastor la sierra de Erreniega y atacó por la retaguardia al Ejército navarro, cerrándole la retirada e impidiéndole el paso hacia Pamplona.

    La desproporción de fuerzas (se calcula que el Ejército navarro sumaba apenas unos 8.000 hombres) decidió el resultado de la batalla. Unos 5.000 soldados murieron en aquel día, y se desbarató la mayor milicia reunida en la guerra por la independencia del reino.

    Después de la derrota de Noain, la lucha por liberar el territorio navarro se prolongó durante varios años, con episodios célebres como la toma del castillo de Amaiur o la batalla de Hondarribia. Amaiur es el símbolo por excelencia de la resistencia épica de Navarra frente a un invasor abrumadoramente superior. En Hondarribia, los navarros se atrincheraron tras las murallas y dos años y medio de asedio dan fe de su voluntad de combatir. En la encarnizada disputa por esta plaza ocurrieron los hechos que hoy, con ignorancia y vergüenza, se celebran como motivo del alarde de Irun. Pero tanto en Amaiur como en estas otras escaramuzas. la guerra militar, por heroica o desesperada que fuera, estaba acabada. Noain marcó el cenit de la guerra abierta entre Navarra y España.

    Noain es uno de los principales escenarios de nuestra historia, el lugar en el que la decisión de la población navarra por mantener su independencia fue aniquilada. Navarra era la heredera de la antigua Vasconia, el territorio en que se mantuvo un poder soberano y unas instituciones políticas asentadas, y llegó a la Edad Moderna como un Estado europeo homologado, con una población y una cultura propias. Como en toda historia pasada, el anacronismo o el presentismo con que la interpretamos representa un peligro en el sentido de trasponer épocas, figuras, conceptos políticos, clases, instituciones y demás circunstancias. Como ocurre en todos los lugares y con todas las historias del mundo. Pero más allá de estas lecturas simplistas o manipuladas, Noain es uno de los hitos que explican nuestro pasado, que conducen al presente, y que representan a las claras que los vascos tuvimos un Estado propio, una independencia que fue arrebatada por las armas por un imperio español agresivo, genocida, en auge en aquella época.


    TASIO AGERRE, * PRESIDENTE DE NABARRALDE
    Publicado en Diario de Noticias de Navarra