31 marzo 2012

SOSTIENE DEL BURGO

Sostiene Del Burgo que “El reino de Navarra nació a la historia como un reino español”. Y los toros, se me ocurre, que vinieron al mundo a vestir la fiesta española, a lucir en las banderas ultras y morir en las plazas. Pocas veces tenemos la suerte de encontrar tan al desnudo la doctrina del desatino nacional, el delirio español tan a las claras.
El ideólogo del partido popular de Navarra ha publicado un argumentario que ataca el manifiesto de la Plataforma 1512-2012 sobre la conquista del duque de Alba, una versión renovada de aquella jocosa lectura de respuestas que recopiló la “Antología del disparate”.
Sostiene Del Burgo que “El reino de Pamplona nace a la historia a finales el siglo VIII y comienzos del IX con una vocación netamente española”. España nace a la historia como un imperio del siglo XVI, de la neurona descarriada de Fernando de Aragón y su nieto el emperador Carlos; pero ya ocho siglos antes los vascones iluminados de Eneko Aritza apuntaban maneras. Frente a la memoria de Nafarroa Bizirik, Del Burdo nos relata la historia imperial de ‘Martínez el facha’.
Sostiene, asimismo, que “En 1512, en el marco de un conflicto internacional, se produce el reencuentro definitivo del reino navarro con el resto de los reinos españoles”. Navarra estaba predestinada desde, por lo menos, el Paleolítico Superior a formar parte de esa indisoluble y casi eterna “unidad de destino en lo universal” que es España.
Los “episodios” acontecidos entre 1512 y 1530 constituyeron, según Del Burgo, una “paz (que) produce efectos muy beneficiosos”. Y también: “El reino de Navarra se mantuvo intacto hasta 1839, en que se produjo su incorporación en el Estado español mediante un nuevo pacto de estatus, que se plasmó en la Ley Paccionada de 1841”.
Recordemos que Navarra fue conquistada tras 18 años de guerra en la misma época y por el mismo imperio que dirigió la conquista de América. Hablar de paz, de reinos intactos, de pactos y otros eufemismos, es una burla macabra en la historia de la Humanidad, en la que los españoles han dejado una huella siniestra en forma de barbarie, esclavitud, violaciones, genocidios, expolios y demás ingredientes de lo que se dio en llamar la leyenda negra.
Y para poner la guinda: “En 1982, un nuevo pacto –fruto de los derechos históricos de Navarra, amparados y respetados por la Constitución de 1978- permitió la reintegración y amejoramiento del régimen foral (...) Hoy Navarra es una de las comunidades con mayor grado de autonomía en el conjunto europeo”.
De estas y otras citas de Del Burgo se desprende que las épocas que vivió el reino al margen de España, como Estado europeo independiente, fueron sumamente desgraciadas y que cuando se produjo el “reencuentro definitivo” en 1512 comenzó una etapa de paz, abundancia y felicidad plenas. Que, también, con el paso de los siglos todas ellas fueron “amejorando”, hasta llegar al colmo de perfección de su estatus actual. Es un caso extraño y poco conocido en la historia, en el que una nación soberana mejora tras su invasión por una potencia extranjera y sigue prosperando mientras la nación conquistadora se debilita, el imperio se desintegra, y a la vez avanza en su esfuerzo de asimilación y sometimiento. ¿No chirría esa historia? ¿No suena a los mantras habituales que los ocupantes y explotadores de todos los tiempos hacen repetir a sus sometidos? ¿No recuerda a la “mentira repetida” de Goebbels?
La realidad parece que apunta en sentido contrario. Del Burgo mantiene: “No tiene sentido hablar de soberanía del pueblo navarro cuando Navarra estaba regida por unos reyes franceses que subordinaron sus intereses propios al interés del reino”. Por el contrario, la conquista y ocupación subsiguiente de 1512 parece, según el mismo Del Burgo, que sí respondía a la soberanía del pueblo navarro, aunque para ello hicieran falta unos efectivos militares de más de 17.000 hombres para dominar la capital del reino, poblada por menos de 10.000 personas. Tras la invasión “no violenta”, con casi dos soldados por habitante, el plumilla oficial del ejército ocupante, Luís Correa, escribe que los pamploneses (…) se mostraban “alegres por las calles, mandando que todos los vecinos estuviesen armados toda la noche, prestos a lo que el Duque (de Alba) mandase”, destacando su “fidelidad” al rey Fernando. Igualito que con Franco en los años “gloriosos” tras la victoria.
Como modelo de esa paz, explica Del Burgo, “la destrucción de los castillos tanto de agramonteses como de beamonteses fue una medida que adoptó, una vez muerto el rey Católico, el cardenal Cisneros, regente de Castilla, y su principal finalidad era evitar que la nobleza pudiera utilizarlos en sus luchas fratricidas” y que “el pueblo llano veía con satisfacción esta medida, pues desde los castillos se ejercía el poder en ocasiones despótico de los nobles”. ¡Qué buenas son las madres ursulinas; qué buenas son, que nos llevan de excursión!
Sostiene Del Burgo que “En su historia, publicada en 1513, Correa tan sólo refiere un acto de violencia extrema que protagoniza el coronel Villalba en el valle de Garro, sito en la tierra de vascos o Merindad de Ultrapuertos (hoy Baja Navarra), cuando trata de reducir al señor de Garro por no rendir vasallaje a Fernando el Católico”. El texto apologético de Correa –no podía ser menos siendo soldado, y escribiente, del ejército invasor- termina en 1513. La “Guerra de Navarra” siguió, según Peio Monteano, hasta 1529. Del Burgo mismo habla de los “tres intentos posteriores (otoño de 1512, 1516 y 1521)” de recuperación del reino o del apresamiento y muerte en circunstancias extrañas, en el castillo de Simancas, de Pedro de Navarra, mariscal del reino, tras el intento de 1516.
Para tener una perspectiva próxima a lo acontecido en Navarra en aquel momento basta consultar los trabajos históricos que más recientemente han investigado sobre los hechos acaecidos en esta época: María Puy Huici (1993), Pedro Esarte (2001, 2007, 2009, 2011), Peio Monteano (2010), son ejemplo de obras en las que aparece la violencia de la conquista en forma de realidades concretas.
La idea de España que expresa Del Burgo corresponde a su particular visión providencial y finalista de la historia. España es heredera de la monarquía visigoda y de los reinos de León y Castilla. Como realidad política surge a finales del siglo XV con sus gestas imperiales: Granada, Canarias, Italia, Navarra, América… Cualquier alusión anterior en el tiempo a Hispania (incluso bajo el nombre de “España”) hace referencia a una idea geográfica expuesta por los romanos y semejante a Iberia. Hacer equivalentes la “Hispania” romana a la “España” imperial de austrias y borbones constituye una forma ideológica y “finalista” de explicar el pasado.
El nacionalismo español de Del Burgo manipula la historia al servicio de un ideario e intereses políticos muy actuales. Lo han hecho siempre que han percibido que su control sobre la sociedad navarra corría algún riesgo. Así lo hizo Víctor Pradera en el primer tercio del siglo XX y, también, en los últimos tiempos, su heredero espiritual Jaime Ignacio Del Burgo.
Paz, imperio, felicidad, españolidad... nos vende Del Burgo. Pero la violencia asociada a la conquista de 1512 siempre ha permanecido en la memoria de los navarros. Siguiendo a Enzo Traverso (2005), ha sido una memoria “débil”, frente a otras, “fuertes”, así consideradas por estar apoyadas por instituciones políticas, fundamentalmente estados. Según Traverso “la memoria y la historia no están separadas por barreras infranqueables (…) Cuanto más fuerte es la memoria (…), tanto más el pasado, del que ella es vector, se convierte en susceptible de ser explorado y puesto en historia”. Es lo que hoy está sucediendo en Navarra. Y es algo imparable, mal que le pese a Del Burgo y a cualquier otro “Martínez el facha”.
 Artículo firmado también por Angel Rekalde

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11 marzo 2012

USOS DE LA HISTORIA



Cuando se mezclan en un mismo zakuto anécdotas históricas de diversa trascendencia y de distintas épocas, se corre el riesgo de caer en el abismo del totum revolutum, en el que se es incapaz de distinguir el grano de la paja a la hora de producir un análisis acertado del proceso histórico. En tal caso, el resultado es, normalmente, pobre o erróneo y falto de la capacidad de explicación y comprensión que la perspectiva de la historia de toda nación o pueblo requiere. Eso es algo general y, por lo mismo, también aplicable a la historia de los vascos.

Cuando, unido a lo anterior, dentro de una serie de hechos más o menos anecdóticos sobre reyes, se asocia algo tan importante como el surgimiento de la literatura escrita en euskera al hecho de la conquista de 1512 (euskal literatura guztia nafar Estatua konkistatu ostean ekoitzi dugu), se manifiestan dos problemas de los que no sé decir cuál me parece más grave. El primero es objetivo e indica desconocimiento. Se refiere a que fue precisamente tras la ocupación de la Alta Navarra por España, cuando en la Baja Navarra y el Bearne, territorios libres, se produjeron dos de los principales textos en euskera: el Linguae Vasconum Primitiae de Etxepare en 1545 y la traducción del Nuevo Testamento de Leizarraga, Iesus Christ Gure Iaunaren Testamentu Berria, editada en 1571 en La Rochela bajo la protección y apoyo de la reina Juana III de Navarra. El segundo es subjetivo y se asocia a la carencia de autoestima con relación a la historia y memoria de la sociedad propia, de la nación vasca.

Cuando se acepta como algo gracioso la puesta en ridículo de unos hechos traumáticos, bélicos y políticos, que condujeron a la minoración y subordinación de una nación como Navarra, el Estado de los vascos, con relación a otra (artículo de Mikel Soto, “Me cago en el V centenario”, en Gara, 2012/02/11) y este hecho se ha prolongado durante siglos hasta el presente más rabioso, se expresa no sólo la banalización de un acontecimiento histórico fundamental en la historia de una nación, sino, de nuevo, la falta de autoestima social y de dignidad de quien así se manifiesta.

Cuando, no sé si de modo artero o inconsciente, se une la reivindicación foral, protonacional, expresada en las Guerras Carlistas del siglo XIX, con las apologías habituales en aquella época, tanto en Moret como en Larramendi y otros muchos defensores de los fueros y del euskera, es decir “lo vasco” con “el tubalismo”, justificación de supuestas raíces bíblicas, para asegurar su legitimación, se hace un flaco favor tanto a la causa de los fueros como a la del euskera.

Cuando se acepta de modo acrítico el burdo principio, tan querido por las instituciones académicas oficiales de Francia y España, de que el Estado no surge hasta los siglos XVIII o XIX, se concluye que las instituciones políticas de Navarra no constituían un Estado vasco de verdad y que los únicos estados que hemos tenido han sido el español y el francés, de los que somos simple “periferia”. El hecho de ignorar la capacidad “nacionalizadora” que ejerció durante siglos el Estado navarro supone también un ejercicio de desconocimiento del proceso histórico y, una vez más, un complejo de minorización.

Cuando se puede afirmar que en el siglo XII los vizcaínos pasaron a Castilla sin guerra (“bizkaitarrak gerra barik pasatu ziren Castillara”, Gorka Etxebarria, Berria), se oculta la traición a Navarra de las familias de Haro o Gebara y la realidad de que sus intereses feudales produjeron su integración en Castilla.

Cuando todo lo anterior se expresa en un artículo, respetuoso por otra parte, como el escrito por Gorka Etxebarria en Berria (2012/03/03), creo que estamos ante la evidencia de una ignorancia mutua entre sectores que, por lo menos sobre el papel, nos encontramos en la misma trinchera. Todos queremos y nos esforzamos por la constitución de un Estado vasco (navarro) independiente, pero no existen entre nosotros cauces de debate fáciles y accesibles. Un ejemplo es la repetición incansable, por una de las partes, de que la historia no justifica las demandas actuales de independencia política, sin profundizar en las razones por las que nuestra sociedad sigue, en 2012, constituyendo una nación y mantiene su voluntad de ser independiente. Muchas de ellas no se pueden conocer en profundidad sin el estudio de la historia que nos ha conducido al hoy ni sin revisar los rastros de memoria que se han mantenido a lo largo del tiempo; en una palabra, sin conocer el proceso de construcción social de la realidad actual de nuestro pueblo. Todo ello sin pasar por el tamiz de las instituciones académicas oficiales de los estados que nos dominan.

Publicado en BERRIA (2012/03/11)

HISTORIAREN ERABILERA



Prozesu historikoaren azterketa sakona egiterakoan garai eta garrantzi ezberdineko gertaera historikoak zaku berean sartzen baditugu, totum revolutum-aren amildegian erortzeko arriskuan egongo gara, gertaera nagusiak bigarren mailakoetatik ezberdintzeko ezgai. Horrelakoetan, azterketaren emaitza pobrea eta okerra izaten da gehienetan, herrialde bateko historiaren perspektibak behar duen azalpen edo ezagutza faltan duena. Gauza orokorra da hori, eta horregatik, euskaldunon historiari ere aplika dakioke.

Horren harira, errege-erreginei buruzko narrazio baten barruan euskal literaturaren sorrera bezain gertaera garrantzitsua 1512ko konkistarekin erlazionatzen denean (euskal literatura guztia nafar Estatua konkistatu ostean ekoitzi dugu), bi arazo azaleratzen dira, zein baino zein larriagoa. Lehenengoa objektiboa da, eta ezjakintasuna adierazten du. Izan ere, Espainiak Nafarroa Garaia okupatu zuenean, hain zuzen, Behe Nafarroan eta Bearnen —hartara lurralde independenteak—, euskarazko bi testu nagusietakoak ekoiztu ziren: Etxepareren Linguae Vasconum Primitiae 1545ean eta Leizarragak egindako Testamentu Berriaren itzulpenaIesus Christ Gure Iaunaren Testamentu Berria,1571n La Rochelan Nafarroako Juana III.a erreginaren babespean editatua. Bigarren arazoa subjektiboa da, eta euskal nazioak historiarekiko eta gizartearen memoriarekiko duen autoestimu gabeziari dagokio. 

Nafarroaren, euskaldunon Estatuaren menpekotasuna eta gutxiagotzea eragin zuten ekintza beliko eta politikoak trufaka tratatzen dituenak (Mikel Sotoren artikulua, Me cago en el V centenario,Gara-n, 2012ko otsailaren 11n) —menpekotasun hori mendeetan zehar gaur egun arte luzatu dela kontuan hartuta— gure nazioaren funtsezko gertaera historikoa hutsaren pare jartzen du, eta jarrera horrek hala mintzatzen denaren autoestimu eta duintasun gabezia erakusten du. 

Maltzurki ala axolagabeki foruen aldarrikapen protonazionala —XIX. mendeko gerra karlistetan nagusitu zena— garai hartako ohiko apologiekin —Moret, Larramendi eta foruen eta euskararen defendatzaile izan ziren beste hainbeste— alderatzen duenak, hau da, «euskalduna» «tubalismoarekin» parekatzen duenak mesede eskasa egiten die foruen eta euskararen auziei.

Estatuak XVIII. edo XIX. mendean sortu zirela baieztatzen duen printzipio baldarra —Frantziako eta Espainiako erakunde akademikoek estiman duten printzipioa— zalantza izpirik gabe onartzen badugu, honako ondorio honetara iritsiko gara: Nafarroako erakunde politikoek ez zutela inoiz Estatu euskaldun bat eratu; izan ditugun estatu bakarrak espainiarra eta frantsesa izan direla, eta gu beti haien periferia. Estatu nafarrak mendeetan zehar izan duen nazio eraikuntzarako gaitasuna gutxiesteak prozesu historikoarekiko ezjakintasuna erakusten du, eta lehen aipatutako gutxiagotasun konplexua.

XII. mendean bizkaitarrak gerrarik gabe Gaztelaren parte bilakatu zirela baieztatzen duenak —«bizkaitarrak gerra barik pasatu ziren Castillara», Gorka Etxebarria, BERRIA—, Harotarrek eta Gebaratarrek Nafarroari egindako traizioa ezkutatzen arituko da, eta haien interesek feudalek Gaztelarekin bat egitea ekarri zutela. 

Arestian aipatutako guztia Gorka Etxebarriak BERRIArako idatzitako artikuluan (2012ko martxoak 3) irakurri nuenean —artikulua errespetuz idatzia bada ere— lubaki berean beharko luketen sektoreek batak besteaz ezer gutxi dakitela ohartu nintzen. Guztiok nahi dugu Estatu euskaldun (nafar) independente bat, baina ez da gure artean eztabaidarako gune abegikorrik. Adibide gisa, horietako sektore batek behin eta berriz errepikatzen duen iritzia: historiak ez duela gaur egungo independentzia nahia justifikatzen. 

Baina sektore horrek ez du azaltzen zergatik, 2012an, oraindik ere, gure gizarteak nazio bat osatzen duen eta zergatik nahi duen burujabe izan. Ezin dugu galdera horren erantzuna ezagutu gure historia sakonki aztertu gabe, gaurdaino mantendu diren memoria trazuak ezagutu gabe; alegia, gure herriaren egungo errealitatea osatu duen eraikuntza sozialaren prozesua ezagutu gabe. Hori, noski, menpean gaituzten estatu ofizialetako erakunde akademikoen galbahetik pasatu gabe.


08 marzo 2012

NECESIDAD POLÍTICA Y ECONÓMICA DEL ESTADO PROPIO



La realidad, parece, es que los tres grandes proyectos de los siglos XIX y XX, se han convertido en problemáticos: el capitalismo con bienestar social, la sociedad socialista y el nacionalismo clásico (que implica estado propio, soberanía, supremacía de la nación). Pero, por otra parte, es igualmente cierto que, en este desorden de modelos, la “sociedad nacional” o la “vida en nación” no han sido sustituidas por ninguna otra forma de organización equivalente de los espacios territoriales y colectivos. En el mundo contemporáneo, es decir en el conjunto de sociedades humanas, el “ser eso” sustancial, la identidad básica de grupo es todavía, y será, previsiblemente, en el futuro, sustancialmente un “ser” nacional: la entidad que define por encima del resto la vida política, moral, cultural, informativa, simbólica etc., es todavía y sobre todo nacional (…) La cuestión es pues que la entidad llamada “nación” no ha sido sustituida como marco central o supremo de id-entidad y de la vida de las sociedades: ni las “regiones”, ni “Europa” o la Unión Europea, por ejemplo, no han alcanzado un valor referencial y definitorio equivalente al que conserva el espacio definido como nacional


A pesar de todos los intentos de explicar la evolución de las sociedades y los conflictos acontecidos en su proceso histórico durante los últimos dos siglos, mediante los conflictos de clase o las confrontaciones de civilización o de tipo religioso, encontramos que el eje fundamental sobre el que giran los choques más importantes en el mundo es el hecho nacional. La nación ha sido en los últimos tiempos y sigue siéndolo el elemento fundamental que da sentido de pertenencia y cohesión a los seres humanos. Los conflictos de clase que tradicionalmente se han venido analizando como problemas internos de cada Estado se manifiestan cada vez con más intensidad a nivel internacional como contiendas nacionales.

En el mundo occidental, con instituciones militares conjuntas como la OTAN, en la Europa que vivimos, la de la Unión Europea, la de la superación de las fronteras y de los conflictos monetarios, se nos dice que la pertenencia nacional queda como un elemento residual. Los estados no disponen de ejércitos particulares ni de políticas monetarias propias sobre las que asentar su soberanía. Se nos dice que todo ello redunda en la obsolescencia de la organización política llamada Estado. Curiosamente quienes nos quieren vender este producto son medios, partidos y personas que tienen su Estado propio y que lo tienen activo y con iniciativa permanente. Son los mismos que nos dicen, también interesadamente que hay que luchar y defender la “Europa de los pueblos” y que nos olvidemos de esa utopía en trance de extinción llamada Estado.

Nada hay más alejado de la realidad. Sobre todo en esta época de crisis general. Ya vemos que lo que se ha construido en la última etapa histórica es la Europa de los estados. Los sujetos políticos en Europa son los estados que constituyen la Unión. Pero no sólo eso sino, cuando la crisis hace temblar las bases económicas del capitalismo occidental, encontramos que la Unión europea lo que hace para intervenir y tratar de paliarla es llamar al orden a los estados que “no han hecho sus deberes”. Dentro de los “pigs” (Portugal, Irlanda, Grecia y “Spain”) se ha llamado al orden a Portugal y Grecia. Son los estados los que desde su propia organización económica y política los que deben afrontar los problemas.

En referencia a los recientes disturbios y conflictos ocurridos en Gran Bretaña, el sociólogo Salvador Cardús decía en un reciente artículo: “En Tottenham, se ha dicho a diestro y siniestro que estábamos ante un caso claro de barrio "multicultural". Es una manera equívoca de describir un barrio con una mayoría de ciudadanos procedentes de antiguas y recientes inmigraciones y de sus descendientes. Pero eso no lo hace multicultural porque, al menos sobre el papel, supondría la existencia de una sociedad capaz de integrar la diversidad -incluida la autóctona- y no la mera superposición de grupos étnicos en competencia sobre el mismo terreno. Más que barrios multiculturales, son territorios en los que ha fracasado un determinado modelo de convivencia que, calificado con un término políticamente correcto y en nombre del respeto a la diversidad, enmascaraba formas radicales de segregación”.

La nación constituye el lugar de encuentro de un grupo humano, el espacio en el que se pueden afrontar los problemas de una comunidad y tratar de resolverlos, aunque sea a través del conflicto, de un modo racional y respetuoso con los derechos de las personas y grupos. La nación es el lugar que da cohesión a un grupo humano. Los procesos migratorios que existen en la actualidad, y que sin duda seguirán creciendo, serán siempre conflictivos, pero lo serán en menor grado si la sociedad de acogida muestra un mínimo necesario de cohesión social. La suficiente para servir de referencia y marcar unos valores básicos. Los grupos humanos llegados de otras culturas sociales, religiosas y políticas aportarán matices al marco de acogida, pero éste es necesario que exista para una convivencia democrática.

Para que este grupo nacional, con cultura social y política propia, tenga garantías de existencia, desarrollo y perspectivas de futuro, necesita del apoyo de ese instrumento político que el Estado. Cuando dentro de la organización política de un Estado existen varias comunidades nacionales distintas la supervivencia y futuro de las mismas sólo pueden ser garantizados por un Estado confederal o, cuando menos, federal. Pero cuando lo que rige el poder es un Estado unitario, absorbente, asimilista, negador e irrespetuoso de las diferencias lingüísticas, culturales y políticas, la única solución democrática es el logro de un Estado propio por cada una de esas naciones, el ejercicio de su libre disposición. En los casos de los estados español y francés la característica, casi genocida, de su sistema unitario, convierte el sometimiento de sus naciones en una situación radicalmente antidemocrática, con el sarcasmo añadido de que los impuestos que recauda de las mismas dice que lo revierte en ellas… ¡a través de su sistema educativo, sus medios de propaganda, su policía y su ejército! “Servicios” en los que no se reconoce ninguna de las naciones sometidas. Los circuitos de redistribución funcionan a favor de la nación dominante (española o francesa, en nuestro caso) y en contra de Navarra y los Países Catalanes.

La cohesión social es el factor fundamental para lograr una convivencia justa en un mundo cada vez más complejo, en el que los flujos de personas y capitales son cada vez más profundos y rápidos. La nación es la expresión de esta cohesión. Y el Estado es el instrumento político que puede garantizar su viabilidad. Garantizar la viabilidad de una comunidad nacional exige defender una identidad que asuma lo global de manera dinámica, abierta y en permanente cambio, pero asentada firmemente en el proceso histórico que se ha convertido en el “nosotros” actual y en su voluntad de permanencia. Exige unos referentes de memoria, fechas y lugares, basados en una historia asentada sobre un método científico. Exige la centralidad en todos los referentes con relación a otras sociedades  y naciones.

Todo lo anterior implica un sistema educativo coherente con estos fines: centrado en la propia nación al mismo tiempo que abierto al mundo. Supone unos medios de comunicación democráticos y que no sirvan, como actualmente, a la difusión y propaganda de identidades extrañas y con afán de sustitución de las propias. Comporta también unas redes de infraestructuras materiales (terrestres, ferroviarias y por carretera, aéreas, marítimas etc.) e inmateriales (telefonía, banda ancha, servidores de Internet etc.) centradas en los intereses de la propia nación. Implica también un sistema de I+D+i (Investigación. Desarrollo e innovación) soportado sobre una “I” añadida e  imprescindible, que es la Identidad.

El ingeniero Juan José Goñi se referido recientemente en un artículo de prensa a los seis tipos de capital que están jugando en el desarrollo evolución hacia el futuro de cualquier sociedad y afirma: “Los seis activos sociales son: el capital económico, el capital conocimiento, el capital salud -física y emocional-, el capital cultural y de creencias, el capital ecológico o ambiental, y el capital relacional o de confianza. Estos seis activos responden a nuestra naturaleza antropológica de humanos como seres sociales emocionales y racionales con percepción del tiempo -pasado y futuro- y residentes en un planeta biológicamente desarrollado y ocupando un espacio evolutivo junto a múltiples especies”.

La labor del Estado consiste en garantizar todo lo anterior y para ello es imprescindible el control de los flujos económicos. Por supuesto todos los relacionados con el sistema fiscal y servicios sociales (educación y salud, sobre todo), pero también y todavía más importantes actualmente, los referentes a la captación y canalización de capital hacia el tejido productivo y de servicios, centrado también un una visión estratégica del papel que la nación pretende jugar en la Europa y el mundo actuales.

Una sociedad sin cohesión social no tiene un futuro estimulante. Más bien no tiene futuro. La cohesión social viene de la mano de la nación y la nación para ser viable y garantizar un futuro democrático, viable, solidario con otras sociedades del mundo y respetuoso con los límites de nuestro Planeta, necesita los recursos económicos que, hoy por hoy, sólo se pueden lograr a través de esa organización política que es  el Estado.


Bibliografía

Mira, Joan F. “En un món fet de nacions”. Palma de Mallorca 2008. Lleonard Muntané, Editor.


Artículo publicado en Haria 30 (2012/03)

04 marzo 2012

LAS CORTES DE 1513



El 3 de marzo de 1513 dieron comienzo las primeras Cortes del reino convocadas tras la conquista y ocupación iniciada en julio del año anterior. Estas Cortes duraron hasta el día 24 del mismo mes y año. La situación del reino en aquel momento se podía calificar de cualquier forma menos de normal. La práctica totalidad de personas opuestas a la invasión con derecho a participar en las mismas, agramonteses fundamentalmente, habían tenido que huir y se encontraban fuera del reino, exiliados. Los que asistieron fueron, por lo mismo, casi todos beamonteses. De ahí procede el que esta convocatoria haya sido conocida históricamente como “Cortes beamontesas”.

Para ratificar lo dicho, en su trabajo “Breve historia de la invasión de Navarra, (1512-1530)”, Pedro Esarte afirma:

“… La composición de estas Cortes fue fraudulenta, puesto que la mayor parte de los nobles fieles no participaron y el estamento de los caballeros se constituyó exclusivamente con los que juraron al nuevo rey. El tercer estamento, lo componía el brazo eclesiástico, igualmente amañado. En representación del Obispado de Pamplona asistió Joanes Paulus Oliverius, con el título de vicario de nuevo nombramiento, hecho que no fue aceptado por el cabildo catedralicio. Como titulares de monasterios sólo asistieron dos al juramento de las Cortes: fray Belenguer Sanz de Berrozpe, prior de la Orden de Jerusalén, y fray Miguel de Leache, abad de Leire. La legitimidad de estas Cortes fue, pues, nula de pleno derecho”.

El virrey alcaide de los Donceles en nombre de Fernando el Católico, hizo público un perdón general, por el que se autorizaba a regresar a sus casas a todos aquellos exiliados que jurasen obediencia perpetua al nuevo monarca. En nombre de Fernando y en su propio nombre prestó solemne juramento de respetar los fueros, usos y costumbres del Reino, con una fórmula muy similar a la tradicionalmente empleada.

Sobre su desarrollo, Peio Monteano, en su libro “La Guerra de Navarra (1512-1529)”, dice:

“En los días sucesivos los diputados presentaron los agravios (…) que la Corona había realizado en los últimos meses. Entre los no reparados figuraban algunos que con el paso de los años se convertirían en recurrentes: que no hubiera jueces extranjeros en los tribunales navarros, que las fortalezas fueran encomendadas a alcaides navarros, que se indemnizasen los daños causados por los ejércitos, que se acabara con los excesos de las tropas etc. Y sorprendentemente, una petición de mayor calado político: las Cortes exigían que se reintegrasen a Navarra territorios que antiguamente le pertenecieron ‘en especial –decían- los lugares que están situados del Ebro hacia la parte de Navarra’. ¿Hablaban de la Sonsierra o estaban reivindicando también Álava, Gipuzkoa y Bizkaia?”

A la petición de que el mando de las fortalezas navarras recayera siempre en naturales del reino, la respuesta textual fue: “La intención de sus altezas es que así se haga en adelante, pero por la calidad de los tiempos y en lo que toca a la defensa del reino su alteza no puede hacer otra cosa”. La “calidad de los tiempos” es un eufemismo que según desde el punto de vista que se considere, el de los vencedores o el de los vencidos,  indica situaciones muy dispares.

Como conclusión, en el desarrollo de estas Cortes se evidencia que, si bien fueron unas Cortes conformadas en exclusiva por las fuerzas que desde dentro del reino apoyaron la invasión de 1512, quienes las protagonizaron tenían perfecta conciencia de formar parte de un Estado independiente y consideraban coyuntural su supeditación a Castilla y que, además, mantenían viva la memoria de las conquistas y agravios sufridos por Navarra tanto en la etapa más reciente como en otras anteriores.

Publicado en diario de Noticias de Navarra (2012/03/04)

  
Bibliografía

Esarte Muniain, Pedro. “Breve historia de la invasión de Navarra, (1512-1530)”. Pamplona-Iruñea 2011. Editorial Pamiela.

Monteano Sorbet, Peio J. “La Guerra de Navarra (1512-1529) Crónica de la conquista española”. Pamplona-Iuñea 2010. Editorial Pamiela