30 agosto 2011

MEMORIA INDUSTRIAL DEL VALLE DEL IRATI


La lectura, de un tirón, del trabajo de Victor Manuel Egia Astibia sobre “Orotz-Betelu y Olaldea, una historia industrial a orillas del Irati” ha sido para mi una experiencia grata y formativa. Habrá quienes puedan pensar que se trata exclusivamente de un estudio local, centrado en un valle pirenaico de Navarra y. por lo mismo, de escaso interés para quienes viven lejos de la zona. Nada más distante de la realidad.

Es claro que se trata de un trabajo ubicado en un lugar concreto y en una época determinada. La primera noticia histórica de actividad ferrona en Orotz- Betelu que cita Egia en su libro hace ya referencia a un “rolde que el rey Juan II de Navarra realizó en 1366” en el que se hace constar la presencia de dos trabajadores del hierro “Sancho el Ferrero y García Ferrero”. Por la fecha que da el autor, el rey no puede ser otro que Carlos II, el Malo, y no Juan II, pero en cualquier caso se constata que dicha actividad se llevaba a cabo de muy antiguo.

La historia que narra Victor Manuel Egia en su libro discurre en el Valle del río Irati entre la segunda mitad del siglo XIX y algo más de la del XX. En la práctica se estudia un siglo entero de una zona que puede ser modelo de otros procesos de industrialización que se desarrollaron en la misma época en el territorio de la Alta Navarra. Pero pienso que tampoco es sólo algo referente a esa etapa. En su estudio quedan reflejadas las características más importantes y definitorias de lo que es la cultura social de un pueblo, de nuestro pueblo. En su libro Egia expone una breve anécdota que, en mi opinión, la resume perfectamente. Se trata de lo que cuenta en las páginas 153 y 154 sobre lo sucedido con el molino de Orotz-Betelu.

El proceso de destrucción del sistema político navarro desde la soberanía plena, como reino independiente, hasta su reconversión en simple provincia española en 1841, fue muy largo, y siempre con la oposición manifiesta, en ocasiones de modo armado, de la propia sociedad de Navarra. Desde la reducción del reino en 1200 y la conquista y ocupación de la fase de 1512-1530, hasta la ley, mal llamada paccionada, de agosto de 1841, se dio un proceso de reducción, sustitución institucional y asimilación que llevó a un Estado europeo con muchos siglos de existencia soberana a convertirse en provincia de un Estado unitario, el español obviamente.

Como consecuencia de la aniquilación de la soberanía propia imperaba la arbitrariedad hispana. En el siglo XIX y con el pretexto de revitalizar lo que los españoles llamaban bienes de “manos muertas”, con lo que se referían, en principio, a los bienes de la Iglesia católica, procedieron a su expropiación y venta pública para hacerlos entrar en los circuitos comerciales que exigía el capitalismo naciente. Lo que eran bienes comunes o comunales, propios de la cultura pirenaica, fueron asimilados sin más a los anteriores y se produjo su expropiación masiva, a pesar de no ser de “manos muertas” sino de las absolutamente vivas de los concejos y valles de nuestro país.

En este contexto, en 1862, fue expropiado y sacado a subasta pública el molino de Orotz Betelu, “perdiendo el Ayuntamiento la titularidad del mismo”. La respuesta llegó muy pronto. En 1865, 41 vecinos de Orotz y 2 de Gorraitz constituyeron la sociedad del “Molino de la Unión”, que siguió con la citada explotación. Lo que era un bien público, seguro y consolidado, y que se mantuvo como tal en una época de independencia política, pasó a convertirse en algo arbitrario e inestable en manos del Estado ocupante. Pero la cultura de la propia sociedad fue capaz de revertir el proceso y, mediante su apropiación “privada” por los 41 vecinos de Orotz y los 2 de Gorraitz, siguió ejerciendo su función pública.

Este ejemplo es un caso revelador de las inmensas realizaciones que nuestro pueblo ha sido capaz de llevar a buen puerto en años de sometimiento y sumisión. El molino de Orotz es pequeño en tamaño pero grande en significado. El entramado cooperativo, las ikastolas y el conjunto de iniciativas, individuales y colectivas, en el mundo empresarial, son expresión de una cultura que tiene como valores principales la iniciativa, el trabajo, la responsabilidad, el respeto a la palabra dada y la tenacidad.

La obra de Victor Manuel Egia es una muestra perfecta de la extensión de lo particular a lo general. La secuencia de industrias del valle de Irati (fundición de hierro, papelera, hidroeléctrica, ferroviaria y maderera principalmente) nos lleva a caracterizar a una sociedad con una enorme capacidad de emprendimiento y de búsqueda (y, con más o menos éxito, logro) de una respuesta a los retos de su mundo, con base a los recursos propios: “naturales” y humanos, de conocimiento y trabajo. El libro es una historia concreta pero con mensaje universal, en el que se manifiesta la cultura social de un pueblo que fue capaz de generar un Estado propio y de mantenerlo durante muchos siglos y que, a pesar de las derrotas bélicas y políticas, siguió manteniendo firme su capacidad de iniciativa, reflejada aquí en su entramado productivo y fabril.

Es encomiable la labor de recogida de información, desde archivos de todo género hasta testimonios personales, pasando por la revisión de la (escasa) bibliografía existente, realizada por Egia; pero más, si cabe, lo es la magnífica colección que representa el material gráfico expuesto y perfectamente contextualizado en su obra. Resultan también de particular interés los mapas de complemento elaborados con detalle por el propio autor.

El trabajo resulta muy ameno, fácil de leer y captar el mensaje. Es evidente que las personas cercanas a los valles pirenaicos, por motivos familiares o de relaciones personales, hallarán más elementos concretos y próximos para rememorar que quienes los hemos vivido con más lejanía geográfica, pero todos los navarros, los vascos, encontraremos en el libro de Egia algo que nos atañe muy de cerca, porque no es muy diferente de lo que ha sucedido, aproximadamente en la misma etapa histórica, en el resto de Euskal Herria. Contemplaremos un acabado reflejo de nuestra realidad social. Veremos los afanes e inquietudes de las anteriores generaciones de cualquier rincón de nuestro país.

Referencia bibliográfica

Egia Astibia, Victor Manuel. “Orotz-Betelu y Olaldea, una historia industrial a orillas del Irati”. Pamplona-Iruñea 2011. Nabarralde.


26 agosto 2011

CUANDO CREES QUE TERMINA

Quan creus que ja s’acaba,
Torna a començar,
i torna el temps dels monstres
que no són morts

Raimon (1969)

El gobierno del reino de España amenaza con nuevas medidas que comportan (¡y van…!) una vuelta de tuerca más en su concepción unitaria del Estado. Todos los defensores, tanto vascos como catalanes, de lo que ellos mismos denominaron como autonomismo, se esfuerzan desde hace muchos años en convencernos de que el modelo político conseguido, tras la muerte de Franco, “gracias” a sus desvelos representaba un estatus óptimo para sus respectivas “comunidades autónomas” y, además, una situación estable. Por muchos años. Cuando crees que se acaba, vuelve a comenzar.

Nada más lejos de la realidad. Las anunciadas medidas de reforma de la Constitución española, previamente acordadas entre los dos “grandes partidos españoles”, sobre la limitación del nivel de deuda alcanzable por sus comunidades autónomas, ha vuelto a sembrar la inquietud y zozobra entre los partidarios de tal “modelo de Estado”. ¡Hasta Jordi Pujol ha tenido que modificar en el último momento su intervención en la entrega de los premios Canigó 2011, que recibía él mismo junto con Muriel Casal como representante de Omnium Cultural este mismo mes de agosto.

Pujol había preparado su discurso desde días atrás, y lo tuvo que modificar al conocer que el PSOE y el PP habían pactado una reforma de la Constitución para limitar el techo de gasto de las autonomías."El PSOE y el PP quieren limitar la capacidad operativa de las autonomías, fruto de la alianza de las autonomías gobernadas por estos partidos. Es una autonomía ficticia, y cuando estos dos partidos se ponen de acuerdo, sabemos que Cataluña es perjudicada", dijo el ex-presidente de la Generalitat. Vuelve el tiempo de los monstruos que no están muertos. ¿Se han ido alguna vez?

La única forma de conseguir una situación estable, sin las continuas inestabilidades y zozobras que producen las arbitrariedades de unos estados, como el español, con una organización política basada en un modelo unitario que niega la existencia, y por supuesto cualquier derecho, de las naciones sometidas a su dominio, es alcanzar un estatus político internacional semejante al suyo: tener un Estado propio.

La incertidumbre que supone levantarse cada mañana con la sospecha de que algo que ya estaba firmemente alcanzado y amarrado se pueda ver puesto en cuestión; el desgaste de energías que implica, tanto la inquietud como, sobre todo, la “vuelta a comenzar” en la reivindicación de lo que se creía ya consolidado; la inquietante situación de un perpetuo estar en la cuerda floja, constituyen elementos profundamente desestabilizadores, tanto social como económicamente, de cualquier sociedad nacional. Sobre todo en una época de crisis tan amplia como la actual.

Creo que ya ha llegado el momento de desenmascarar a esos agentes desestabilizadores que son conocidos, dentro de la actual organización política del Estado español, como autonomistas. Hay que decirles que ya basta. Que no son factores de cohesión social, sino de inquietud permanente y que de ese modo ninguna nación tiene futuro. La estabilidad y la cohesión social sólo pueden llegar a través de la independencia política, del Estado propio.