29 noviembre 2008

FUEROS Y CARLISTADA


Con este mismo título acaba de presentar Mikel Sorauren, en Iruñea y editado por Nabarralde, su último trabajo. Se trata de un libro breve (100 páginas) pero de mucha enjundia, a la vez que de lectura muy amena. El objetivo de la obra consiste en ratificar las tesis ya expuestas por su autor, principalmente en su trabajo fundamental “Historia de Navarra, el Estado vasco” (1998 y ampliado en su tercera edición de 2008), sobre el contenido inequívocamente foral del levantamiento carlista de 1833 en el conjunto de los territorios vascos ocupados por la monarquía española.

En aquella obra se demostraba exhaustivamente, frente a tirios y troyanos, que el origen del conflicto carlista radicaba fundamentalmente en la defensa del sistema foral propio, tanto el del reino de Navarra como el de Vascongadas. Tal organización política, en ambos casos, era retoño de un común tronco del Derecho, el “Derecho Pirenaico” según diversos autores, y su plasmación más completa se produjo en la máxima institucionalización lograda históricamente por el pueblo vasco: el Estado navarro.

Muchas interpretaciones se han dado de las causas que motivaron la primera Guerra Carlista. En los últimos tiempos, algunas han insistido de nuevo en la motivación religiosa, como es el caso de Mª Cruz Mina; otras en cambio, han hecho hincapié en motivaciones relacionadas con determinados intereses campesinos unidos a una cierta pequeña nobleza agraria y al bajo clero, “feudales” siempre, como es la propuesta de Ramón del Río Aldaz. Los hay que oscilan entre una y otra, pero siempre considerando el carlismo como un movimiento “contrarrevolucionario”; tal es la perspectiva de Jordi Canal.

La posición de Sorauren es inequívoca y en este libro se ratifica de forma concluyente a través del análisis a que somete a cuatros obras escritas por otros tantos protagonistas de la contienda, procedentes de diferentes campos. Del propio bando carlista es el general Maroto. El liberal está representado, en sus dos principales corrientes, por el Marqués de Miraflores por la conservadora, y el general Espartero por la progresista. La cuarta perspectiva corresponde a la de un individuo muy peculiar, muy narcisista según Sorauren, que se puede decir que perteneció a todos y a ninguno de los grupos en conflicto: el conspirador Avinareta.

Las cuatro obras tienen como característica común: la de haber sido escritas inmediatamente tras el fin de la guerra, durante la década 1840-1850. Tres de ellas (las de Maroto, Miraflores y Avinareta) son autobiográficas y la cuarta es una biografía dirigida por Segundo Flórez, persona estrechamente vinculada al general y Duque de la Victoria, Baldomero Espartero, por lo que se puede considerar como “autorizada”. Son obras de personas totalmente implicadas en el conflicto, directamente bélico en algunos casos, político o diplomático en otros. Del análisis de las cuatro, Sorauren obtiene una conclusión inequívoca y que ratifica las tesis expuestas previamente en obras como la ya citada anteriormente. Es decir, el origen foral, de defensa de los Fueros vasco-navarros, de dicha guerra.

Siempre he estado de acuerdo con la tesis fundamental del autor y me ha alegrado mucho encontrar en este trabajo, basado en fuentes de época y protagonistas en el conflicto, un reforzamiento de la misma. De todas formas en ella se plantea un aspecto sobre el que creo que nadie había reflexionado anteriormente. Es una consideración de gran importancia, sobre todo desde la perspectiva actual de nuestro contencioso con España y Francia. Se trata del carácter de “Imperio” que presentaba la monarquía española en los orígenes de este conflicto.

Efectivamente, cuando surgen las circunstancias que van a provocar la guerra de 1833-1839, es decir las tensiones entre Euskal Herria y los gobiernos del rey de España, Carlos III, y Godoy a finales del siglo XVIII, así como en la época de la redacción de la famosa Constitución española de 1812, España era un Imperio extenso todavía. Conservaba gran parte de Centro y Sudamérica, Filipinas y Canarias en ultramar y, por supuesto, Galicia y los territorios sudpirenaicos de los Países Catalanes y de Vasconia en la península Ibérica.

En nuestro caso, en ese momento, nos encontramos en una fase a la que se llega, sin solución de continuidad, desde las conquistas sobre Navarra sufridas entre los siglos XII y XVI, en las que el conflicto presentaba claramente su condición de internacional, como ocupación violenta de un Estado legítima y legalmente constituido, o de partes del mismo, por otro. La nación vasca y su Estado, Navarra, fueron presa de las ambiciones expansionistas de una potencia, Castilla-España, por su parte sur y de otra, Francia, por la norte. La culminación de este proceso, en la Edad Moderna, es coetánea con la formación del resto del Imperio español. En el mismo año en que la Navarra ocupada por Castilla en 1512 trataba de liberarse y fue derrotada en Noain, 1521, Hernán Cortés conquistaba Méjico.

El libro está muy bien construido y una parte especialmente interesante del mismo se dedica a la revisión de otras fuentes contemporáneas, sobradamente conocidas, y que niegan origen foral al conflicto. Tal es el caso de las perspectivas de Zaratiegui o Henningsen. Como contraposición, el autor cita otros autores que plantean la existencia incluso de posiciones secesionistas en algunos sectores del carlismo vasco con relación a España. Es el caso, según Sorauren, de “Mc. Kenzie, Wikinson, Sommerville, Laurens y el mismo Xaho”.

Se trata de una obra muy interesante sobre todo para los que, desde la perspectiva del siglo XXI, consideramos el logro de un Estado propio para Navarra como nuestro objetivo democrático más importante. A través de su lectura nos percatamos de que el siglo XIX, la entrada en la Modernidad, fue para Euskal Herria un punto de reencuentro de todas sus gentes y territorios, tras varios siglos de relativo aislamiento, con un objetivo único: la defensa de su propio sistema político: los fueros. Los territorios de ultrapuertos contribuyeron también activamente, como retaguardia logística y como vía terrestre de acceso al resto de Europa de los territorios en combate franco, que se encontraban al sur del Pirineo.

Nuestro conflicto actual tiene raíces muy profundas, que datan de mucho tiempo atrás y que es producto, como ya se ha explicado tantas veces, de conquistas y ocupaciones violentas, pero su acceso a la Modernidad se produjo en el siglo XIX y su detonante fueron, precisamente, las guerras carlistas, en las que una vez más, a través de la reivindicación foral, se mostró su inequívoco carácter internacional.


Sorauren, Mikel
“Fueros y carlistada. Maroto, Espartero, Avinareta…”
Pamplona-Iruñea 2008
Nabarralde

1 comentario:

Sukaldari dijo...

muy interesante