29 febrero 2008

DESTROZA LA MONTAÑA

Esta mañana bisiesta (29 de febrero de 2008) he visto por primera vez el suplemento "Stylo" de Diario de Noticias de Gipuzkoa y me he quedado casi bizco (birolo, dicen en mi pueblo) al leer un reeportaje titulado "quad, enfréntate a la montaña", escrito así con minúscula inicial.

La cantidad de reflexiones que se me amontonan al ver las fotos, leer el reportaje y releerlo, por si era una broma (de mal gusto, por supuesto), hacen difícil su destripe sin llegar a un excesivo enfado. No obstante voy a intentarlo brevemente.

Hoy en día la sensibilización general con relación al cambio climático, a la deforestación (del Amazonas, por supuesto), al aparentemente imparable proceso de desertificación de tantas zonas de nuestro planeta, convierte su visión y lectura en un sarcasmo.

Desde hace tiempo se ha considerado que las motos de montaña ("trial") constituían un elemento predador de vegetación y suelo de primer orden y un enorme riesgo para nuestros montes. En este caso no se conforman con hacer publicidad de biciclos devastadores, promocionan los tetraciclos ("quad"). Su modo de destrucción (perdón, de uso, según ellos) es explicado con todo lujo de detalles en el citado reportaje.

Además de error ortográfico cometido al iniciar el texto con una minúscula, desprecian el destrozo mayúsculo que estos artilugios pueden perpetrar en nuestros, ya de por sí esquilmados, montes.

Lo podían haber titulado directamente: "Quad, la 'solución final' para nuestros montes".

19 febrero 2008

EL PENSAMIENTO NAVARRO

Estos últimos días, estimulado por la lectura de un, para mí por lo menos, muy interesante libro he recordado una temprana mañana, soleada supongo, de un domingo de agosto de 1970. En aquella época yo estudiaba en Madrid y me encontraba en Iruñea compaginando el estudio de asignaturas pendientes para la convocatoria de septiembre, varias clases impartidas a estudiantes de bachiller para obtener algún pequeño beneficio y el ocio propio de las vacaciones.

En esa mañana, se oyó desde mi casa de la avenida de Carlos III, frente a Capuchinos, sobre el “Garaje Unsain” y muy próxima a la calle Leire en la que se ubicaba el periódico, un ruido tremendo, una detonación. Mi padre, sin apenas duda, exclamó: “¡el Pensamiento Navarro!”. Y tenía razón. Una enorme explosión se llevó por delante los restos materiales de un periódico que otros, previamente, ya habían liquidado y vaciado de contenido expulsando a su valiente director, Javier María Pascual y rompiendo cualquier lazo con los propietarios morales del periódico: los carlistas.

Había seguido muy de cerca las tribulaciones de Javier María Pascual como director de un medio de comunicación que él mismo había convertido, sin apenas más medios que su capacidad, voluntad y relaciones personales, en pionero de una prensa que pugnaba por salir del agujero de más de treinta años de franquismo, plantar cara al régimen y servir de altavoz de unas reivindicaciones hasta entonces silenciadas.

La época lo propiciaba. Por el mundo corría un amplio espíritu libertario y reivindicativo, cuyo exponente simbólico más importante fueron los movimientos en pro de los derechos civiles en Estados Unidos, la liberación de las trabas generacionales, la libertad sexual; resumido en un símbolo: “mayo del 68”. Hasta la encorsetada Iglesia Católica generó, con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, un potente movimiento de renovación.

En el Estado español el franquismo daba síntomas de agotamiento, no tanto por la capacidad de la autodenominada “oposición democrática”, sino por el final del modelo autárquico y el comienzo de los movimientos paneuropeos y globalizadores. La tímida “Ley de Prensa” de Manuel Fraga, en 1964, fue un pequeño movimiento del régimen en tal sentido.

El carlismo, como movimiento político decisivo en la consecución de la victoria de los sublevados el 18 de julio de 1936 contra el gobierno de la 2ª República española y alejado, por otra parte, de los circuitos de poder del régimen, se encontraba en una situación de abatimiento total. A lo cual había contribuido poderosamente el propio régimen propiciando divisiones y querellas internas. En resumen, el carlismo estaba mal visto por la escasa “oposición democrática”, por haber colaborado decisivamente con el ejército y resto de sublevados el 18 de julio de 1936 y por el propio régimen, por ser un protagonista muy crítico con su acción política y al que no podía desautorizar públicamente sin desautorizarse a sí mismo.

Al carlismo también le llegaron aires de renovación de la mano de un grupo de personas como el propio Carlos Hugo de Borbón y su Secretaría Particular (Ramón Massó, Víctor Perea y otros, de los que luego solo continuó José María Zavala). A este grupo se unieron otras, como Pedro José Zabala y el propio Javier María Pascual. Los aires del Concilio reavivaron las cenizas del carlismo que, mediante la hábil maniobra de sustitución del viejo Francisco López Sanz en la dirección del único periódico que consiguieron salvar de la “quema unificatoria” de Franco y Serrano Súñer, por el joven entusiasta, bien preparado y excelente escritor que fue Pascual, y propiciaron un importante cambio cualitativo en su línea informativa y editorial.

Javier María renovó totalmente la perspectiva del periódico, lo modernizó y, lo que es más importante, le dio aire fresco, afrontando con valentía y dentro de los escasos límites que le imponía el régimen, los principales retos políticos, sociales y económicos que tenían planteados Navarra, el Estado español y Europa.

Este sueño fue breve. De 1966 al verano de 1970 se respiraron esos aires en El Pensamiento Navarro y lo percibieron claramente sus muchos lectores, tanto carlistas como de la “oposición democrática” y del propio régimen. En efecto era el único periódico de “provincias”, según la despectiva terminología imperial, que se recibía en todos los ministerios del Gobierno español. La historia de esta etapa ha sido contada de forma muy amena, en mi opinión, en el libro escrito por Rosa Marina Errea Iribas aparecido en Navarra en 2007 y editado por Eunate. Su título, “Javier María Pascual y El Pensamiento Navarro. ‘Con él llegó el escándalo’ (1966-1970)” es bastante explícito al respecto.

La obra se sustenta en la Tesis Doctoral que presentó su autora en la Universidad de Navarra bajo la tutela del profesor don Francisco Javier Caspistegui. Resulta muy interesante como friso de una etapa decisiva para la sociedad de aquella parte de Navarra que entonces acababa de salir de su versión agropecuaria y encaraba un rápido proceso de industrialización y enfrentamiento a los problemas, hasta entonces soterrados, propios (de identidad) y del mundo (de ubicación).

Da la casualidad que quien aquella luminosa (supongo) mañana dijo lacónicamente, tras oír la explosión, “¡el Pensamiento Navarro!”, es decir mi padre, era Luis Martínez Erro, consejero del mismo y la única persona de su Consejo de Administración que se opuso, por un lado, a la destitución de Pascual como director y, por otro, que acató las órdenes del carlismo para poner sus acciones, de las que nunca se consideró titular sino sencillamente fideicomiso, a la disposición de su organización.

Aunque en esa etapa yo vivía en Madrid, estaba suscrito al “Pensamiento” y mantenía un fluida relación con mi padre que incluía, cotidianamente, los pesares y cuitas de ambos (de Javier María y de mi propio padre que en tantas ocasiones le sirvió de “paño de lágrimas” ante la postura cerril, integrista y destructora del resto del Consejo).

Cuando el pasado sábado, 16 de febrero de 2008, me tropecé casualmente, en las calles de Iruñea con Juan Indave Nuin, sustituto de Javier María en la dirección del diario y que tan activamente colaboró en la campaña para su desprestigio, sentí pena. Por él y por todos los que posibilitaron que ese proyecto se hundiera, arrastrando el periódico a la quiebra y ruina. No creo que Indave me reconociera.

Sobre el libro de Errea Iribas opino que es clarificador, aunque su autora manifieste una clara toma de partido a favor de Javier María Pascual a la que me adhiero cumplidamente, sobre todo para la comprensión de esos años cruciales en Navarra y en todo el Estado español, tal como ya he indicado anteriormente.

En el aspecto formal, pienso que la conversión de tesis a libro se podía haber mejorado, haciendo su lectura más amena, ya que en ocasiones peca de repetitiva. Los documentos que aporta son muy interesantes y muchos de ellos inéditos (los del propio fondo de Javier María Pascual). Alguna de las fotos que aparecen, como por ejemplo la de Pascual con don Javier con Montejurra como fondo, fueron tomadas por mi padre.

Siempre me quedará el interrogante: su inequívoca expresión ¿fue simple intuición de Luis Martínez Erro, a la vista del encono y violencia a la que se había llegado en el asunto del periódico?, ¿sabía algo? Supongo que nunca lo sabremos.

Mi padre falleció en 1995 y Javier María Pascual en 1998.

Sirvan estas líneas de homenaje a ambos navarros que, desde su carlismo militante, procuraron servir a su pueblo del mejor modo al que imaginaron tenían acceso, en aquellos tiempos y en sus respectivas situaciones.

10 febrero 2008

REFLEXIONES CUARESMALES

Primera:

Leo en "Izaro News" en el episodio, último según parece, número 15 de Pablo de Iboa sobre "El nefasto siglo XIX" el siguiente texto:

"Sabino de Arana-Goiri fundó el Partido Nacionalista Vasco, agrupación patriótica, cuyo fin social es conservar, robustecer y resucitar todas las manifestaciones del espíritu vasco, y cuyo fin político es conseguir la anulación de la ley de 25 de octubre de 1839, para estar en disposición de iniciar la vasquización de Euzkadi."

Siempre he creido que, con más o menos acierto en sus bases históricas, la aportación fundamental de Arana Goiri consistía en considerar a los vascos como una nación diferente de España y Francia y que su afirmación de que los vascos no somos "ni españoles ni franceses" constituye el fundamento para la que la sociedad vasca de su época, y la actual, perciba la necesidad de constituir un Estado propio independiente.

Pensar que el fin perseguido por Arana era únicamente "conseguir la anulación de la ley de 25 de octubre de 1839" constituye un sarcasmo con relación a su pensamiento. Cualquier carlista o fuerista anterior a Arana, contemporáneo del mismo o actual suscribiría tal objetivo.

También resulta, cuando menos, chocante que lo hiciera para "iniciar la vasquización de Euzkadi". Según nuestro articulista ¿qué era entonces el pueblo vasco? ¿no era vasco? Creo que aquí Iboa superpone dos planos: el lingüístico y cultural, en el que evidentemente nuestro país seguía siendo "vasco", y además con mucha fuerza, y el plano político, en el que la desorientación era muy grande y donde Arana intentó, con más o menos acierto, poner orden.

Arana Goiri supuso una ruptura, acorde con el pensamiento europeo de su época, con cualquier planteamiento fuerista. Siguiendo la perspectiva de Iboa bien se puede decir que "para ese viaje no hacían falta alforjas". Arana percibió con claridad la necesidad de la concreción política de Vasconia en un Estado e incluso se consideró en la obligación de otorgar a Euskal Herria una denominación política; de ahi surgió el controvertido nombre de "Euzkadi" ya criticado en su época por Arturo Campión, por ejemplo.

Hoy en día, por lo menos desde Anacleto de Ortueta, estamos en condiciones de pensar que Arana se equivocó al "inventar" algo que ya existía desde muy antiguo. La denominación política de Euskal Herria, a lo largo de muchos siglos, ha sido Navarra y es eso lo que muchos pretendemos recuperar para nuestro futuro en libertad.

Segunda:

La convocatoria de la autodenominada "izquierda abertzale" para el domingo 10 de febrero de 2008, según infomación aparecida en Gara del día 9, se realiza para "poner freno al estado de excepción". Es muy claro que todas las arbitrarias decisiones políticas realizadas desde cualquier manifestación del poder español (ejecutivo, judicial o legislativo, que tanto da) con relación a nuestro país constituyen expresiones de un permanente "estado de excepción".

No obstante, pienso que para llegar esa conclusión no hacía falta esperar a la ilegalización de ANV o EHAK. El "estado de excepción" para nuestro país es norma desde mucho tiempo atrás. En los últimos tiempos en él se inscriben los cierres de medios de comunicación como Egin y Egunkaria, el macroproceso 18/98, el procesamiento de Ibarretxe, las condenas a Atutxa y compañía, las torturas a detenidos, el sistema penal con la dispersión como elemento particularmente odioso y un larguísimo etc. sin que el orden citado indique prioridad alguna de su importancia.

Es evidente que todo esto procede del franquismo y de la nunca realizada "transición democrática", pero su origen tampoco radica en el 18 de julio de 1936. Nuestro "estado de excepción" ya existía en los tiempos de las guerras carlistas y de Arana Goiri y fue precisamente uno de los motivos de aquellos conflictos y posicionamientos.

Nuestro "estado de excepción" se origina en el momento en que españoles y franceses suprimen y anulan la máxima organización política generada por el pueblo vasco: el Estado de Navarra. Y, en mi opinión, solo terminará, real y efectivamente, cuando logremos nuestra independencia mediante el acceso a sujeto político a nivel internacional con la consitución de la República Navarra como Estado independiente.

Tercera:

Pienso que ya es hora de que nos percatemos todos los que aspiramos a una sociedad vasca libre, a una sociedad de ciudadanos navarros iguales en derechos y deberes, de que nuestro "principal enemigo" no está en el portal próximo sino en los centros de decisión de los estados que llevan tantos siglos de dominación y en las sociedades que secundan su nacionalismo expansionista.

01 febrero 2008

UN PAIS DE CUENTO DE HADAS

Tengo la sensación de vivir en un país de ficción, en el que hay bastantes sectores, personas y grupos, que se creen los “cuentos de hadas” inventados sobre nuestra realidad. Este texto pretende explicar algunas razones de tal impresión.

La primera razón que provoca mi desconcierto resulta de considerar que un sector muy importante y combativo de la sociedad vasca, sobre todo en el terreno de la reivindicación de nuestra lengua privativa, el euskera, se despreocupa, con alarde, de cualquier consideración política que pretenda reflexionar sobre la normalización lingüística y la consiguiente necesidad de estructuras políticas que la garanticen. Parece que, desde su punto de vista, la normalización es un proceso que depende fundamentalmente de la voluntad de sus hablantes y no de una organización política, obviamente un Estado propio, que exija su uso. Las lenguas normalizadas y dominantes alcanzaron su estatus actual mediante la coerción ejercida por su propio Estado en etapas anteriores y que, hoy todavía, prosiguen. La voluntad social es condición necesaria para la normalización lingüística, pero no suficiente; la exigencia de su uso, provocada desde el poder político, es imprescindible para que llegue a buen puerto.

El segundo motivo de desazón consiste en la percepción que tengo de que nuestro pueblo es el único del mundo en el que hay sectores, incluso propios, que para reivindicar su derecho a ser “sujeto político” exigen que cada día se realice un corte radical con todos los anteriores. Lo que importa, dicen, es la voluntad presente del pueblo. Llevado a su extremo y sin salir de su lógica, plantean la necesidad de una especie de “votación perpetua”; parece que, según ellos, no importa lo que el pueblo pensara y decidiera ayer y que tiene que “votar” cotidianamente para justificar su existencia. Eso, además de falso, es agotador. ¿Por qué los españoles y franceses no tienen que estar votando cada día su continuidad “nacional” y nosotros sí? ¿Somos menos que ellos? ¿Somos inferiores? ¿Por qué son precisamente ellos quienes nos exigen esa “pureza democrática” que obvian para sí mismos?

En este planteamiento se produce la reducción del proceso que algunos llaman “autodeterminación” a una especie de referéndum organizado por los estados que llevan mucho tiempo negando, eso sí cotidianamente, tal derecho y que lo rechazan de forma “democrática” con guerras, ocupaciones, encarcelamientos, deportaciones, exilios, tortura etc. La libre disposición de los pueblos, derecho humano básico reconocido por la ONU en su Declaración de 14 de diciembre de 1960, es muy difícil de ejercer por los países dominados utilizando exclusivamente los medios “políticos” que ofrecen las potencias dominantes, por lo menos las que presentan el “talante democrático” de España y Francia.

Bien se encargan ellas de que su sistema o “constitución real” la haga inalcanzable dentro de sus “reglas de juego”. Tal es el caso de la Constitución española de 1978, “constitución formal”, basada en la “constitución real o profunda” que consiste sencillamente en la “unidad indisoluble y permanente de la nación española”, en la que, sin posibilidad de discusión, estamos incluidos. Situación garantizada por su ejército, fuerzas de orden público y todo tipo de aparatos judiciales, educativos, de propaganda etc. y en la que, lógicamente, constituimos una abrumadora minoría.

Es evidente que para acceder a un estatus de libertad hay que utilizar, sobre todo, otros “medios” y que éstos tienen que estar perfectamente imbricados con el objetivo final, con una consideración realista de la “relación de fuerzas sociales en presencia” y sus intereses respectivos y con una perspectiva pragmática de la situación internacional. Existen muchos modos de ejercer “presión social” que no pasan por acciones violentas inconexas y sin sentido, en las que el sufrimiento inútil no sólo no mejora nuestras expectativas políticas sino que objetivamente las empeora; ni por una “kale borroka” deslavazada, sin cabeza, que destruye bienes comunes, propios, que se habrán de reponer a nuestras expensas. Es hora de plantear y debatir democrática e imaginativamente los recursos que tanto nuestra capacidad social como la “cultura política” propia nos ofrecen: insumisión, resistencia civil, campañas de desobediencia ciudadana, un uso ponderado y efectivo de las movilizaciones etc. etc.

Los sectores políticos que intentan imponer un doble rasero en el que reservan para nuestro pueblo una perspectiva basada en el “cada día como una hoja en blanco”, sin posiciones previas consolidadas ni consolidables, mientras permiten para las naciones “de verdad”, con Estado propio, un cómodo estatus de larga duración, cuando no de permanencia “eterna”, no juegan limpio. Se intuye fácilmente que algo “huele a podrido” en su planteamiento y que, a pesar de sus premisas sobre la exclusiva validez del presente, hay que bucear en el tiempo para poder explicar y comprender sus puntos de vista profundos y las “aparentes” contradicciones que nos plantean.

Es en este momento cuando percibo una tercera causa que me conduce a pensar que nos encontramos en un “país del cuento de hadas”. Españoles, franceses y cualquier nación del mundo que se considere como tal, conoce su historia, la valora y la utiliza como factor de legitimación en el presente y para el futuro. Con ella, y con sus “mitos fundadores”, despierta y ejercita la autoestima de sus ciudadanos y potencia la cohesión de su sociedad. Entre nosotros parece que se alardea del desconocimiento y menosprecio de la propia historia. En el “mejor” de los casos se asumen como propios los hechos “históricos” realzados por las historias oficiales de España y Francia. ¡Y nos quedamos tan contentos!

Las sociedades humanas constituyen estructuras de larga duración. Cuando un pueblo se estructura políticamente (“autodeterminación real”), normalmente construye un Estado que, a su vez, moldea una sociedad. Este proceso se realiza habitualmente en periodos largos, de siglos en muchas ocasiones. Pretender reducirlo a la voluntad de un día constituye un peligroso ejercicio de solipsismo social y de sumisión a los intereses de las sociedades dominantes.

En los procesos de constitución política y de la consiguiente (re)creación social, intervienen frecuentemente factores externos, como son los episodios bélicos y de conquista realizados por estados foráneos con intenciones diversas, tales como aprovechar los recursos humanos, territoriales o productivos del país conquistado, afianzar sus propias posiciones estratégicas en espacios más amplios etc. Si tales episodios tienen éxito y se consolidan, la sociedad conquistada no prosigue un desarrollo autónomo (digamos “normal”) sino que empieza a girar en la órbita de su ocupante: política, social, lingüística, cultural y económicamente.

Tal situación está, generalmente, inducida de modo consciente por los estados que controlan y mediatizan los recursos de gobierno, gestión y comunicación de la sociedad dominada. Previamente han realizado un conjunto de labores tendentes a la minoración y sometimiento del sujeto político ocupado. Sustituyen sus instituciones políticas, ocultan y tergiversan su historia, persiguen su lengua y cultura. En resumen: su patrimonio pierde el sentido propio y pasa a formar parte (residual) del patrimonio del ocupante, cuando no es, sencillamente, aniquilado. Un caso paradigmático lo ofrece la conquista y posterior dominio y sometimiento del Estado de los vascos: Navarra.

En situaciones como la de Vasconia, quienes menosprecian su historia son los más firmes baluartes del sistema ideológico y político del colonialismo que ejercen los dominadores aquí y sobre cualquier pueblo ocupado. La historia, quieran ellos o no, sigue siendo contada y continua siendo utilizada como elemento cohesionante y legitimador de la sociedad propia de quien la construye y narra. No hay espacios intermedios. O se acepta su exposición e interpretación, con todo lo que implica en nuestro caso de sumisión e integración, o se compone un relato distinto; probablemente más acorde con la realidad y que, además, es emancipador y legitimador de la nueva realidad política a la que se aspira, o por lo menos en muchos casos se dice aspirar.

En cualquier país que viva la dura realidad de nuestro mundo, sobre todo desde una sociedad sometida, no se desprecian ni se tiran por la borda argumentos o enfoques que son capaces de explicar el proceso que la han conducido al presente. No se olvida ni se deja interpretar a otros, manifiestamente enemigos en nuestro caso, hechos históricos y memoria que pueden basar el orgullo necesario para que tal sociedad realce su autoestima, supere los complejos y autoodios derivados de la dominación y acceda a la constitución de un movimiento político que la conduzca a su libertad.

Estos son, en mi opinión, algunos de los “cuentos de hadas” con los que pretenden que comulguemos. Los “cuentos de hadas” sirven para que las personas, sobre todo los niños, ejerciten su imaginación como factor de primer orden para su existencia inteligente y positiva en el mundo. En nuestro caso, la etapa de los “cuentos de hadas”, por lo menos la de los que nos cuentan interesadamente, tendría que haber terminado hace tiempo y deberíamos estar ya en la práctica de una imaginación capaz de superar la dependencia propia de la infancia y de alcanzar la emancipación que nos corresponde como sociedad adulta.