25 enero 2008

VARIACIONES POLÍTICO-MUSICALES

Salgo de escuchar un muy buen concierto de la Orquesta Sinfónica de Euskadi con un programa de mi agrado, sobre todo la suite "Alexander Nevsky" de Sergei Prokofiev, basada en episodios musicales de la película homónima dirigida por Sergei Mijailovich Eisentein y cantada con el Orfeón Pamplonés. La ví hace muchos años y me produjo un impacto duradero basado, sobre todo, en la magnífica conjunción de imágenes y sonido, música en particular. Es una música épica y de gran expresividad, manifiesta un apabullante nacionalismo ruso, pero con enorme fuerza y belleza.

Hace pocos días escuchaba "El amor de las tres naranjas", del mismo autor, que es una música también muy hermosa, pero alejada de cualquier perspectiva épica. Es muy interesante constatar la variedad de la música compuesta por Prokofiev en cuanto a géneros y estilos. Cosa parecida sucede con el otro gran ruso, casi de su generación aunque algo más joven, que es Dimitri Shostakovich. También tiene sus grandes obras épicas, sobre todo su sinfonía número 7, "Leningrado", dedicada a la heroica batalla librada contra el nazismo alemán en dicha ciudad. Shostakovich compuso maravillosas músicas de cámara, muy distantes de todo planteamiento épico.

Tanto Prokofiev como Shostakovich pasaron por etapas muy diversas en sus relaciones con el aparato político de la URSS, sobre todo en la época de Stalin. Ambos compositores son, en mi opinión, de los más interesantes surgidos en el siglo XX. Tal vez sólo superados por el gran Bela Bartok. Sin olvidar a nuestro compatriota Maurice Ravel.

Todavía no he olvidado el título, por lo que, a continuación, viene la coda política:

Leo, con estupor, en el programa distribuido por la Orquesta para el concierto de hoy, que el Orfeón Pamplonés "es una de las formaciones corales españolas más veteranas..." ¿Dónde estamos? ¿Quién escribe? ¿Desde cuando el Orfeón Pamplonés es una "formación coral española"? Por supuesto que es una (gran) formación coral, pero, ¿española? Es navarra. Y punto.

Las cosas se pueden decir de muchas maneras que, además, ya están inventadas (del "Estado español", de la Península Ibérica etc. etc.) Pero atribuir el calificativo de "español" a nuestro Orfeón me parece deplorable. Sobre todo procediendo de las mentes rectoras de la que piensan que la suya es la "Orquesta nacional de Euskadi".

Un cero a quien redacta sus programas.

22 enero 2008

¿HASTA CUANDO?

Hoy aparece en los medios la condena de Atutxa, Bilbao y Knörr por el Tribunal Supremo español. En línea con la anterior entrada de este blog, pienso que cada vez es más necesario centrar el problema. El futuro procesamiento de Ibarretxe parece cantado con estos antecedentes.

Ls estructura del Estado español expresa en todas sus manifestaciones sobre "el problema vasco" la misma cara; y es una cara poco amable. Su aspecto responde a las demandas del nacionalismo de la sociedad que la sustenta y "legitima", aunque esa legitimación pase por encima de los derechos humanos, entre los que se encuentra en lugar preminente el de la "libre disposición" de los pueblos.

Si la ceguera que manifiestan casi todos los denominados "dirigentes políticos vascos" ante esta situación es producto de la falta de información, ya va siendo hora de que caigan las legañas de sus ojos y contemplen la realidad de frente y a la luz. Si es consecuencia de intereses turbios que no responden a las necesidades que nuestra sociedad requiere en el momento presente, será necesario desenmascararlos y plantear la situación desde nuevas perspectivas.

En ambos casos hay que centrar el problema y constatar que cada vez queda más clara la radical incompatibilidad de la organización del actual Estado español con una situación democrática. ¿Para qué seguir perdiendo tiempo? ¡Vámonos ya!

¡Viva la república de Navarra!

13 enero 2008

CENTRAR EL PROBLEMA

Centrar o plantear adecuadamente un problema, en el sentido de ajustarlo fielmente a su objeto, sus incógnitas y requerimientos, constituye más de la mitad del camino para lograr su resolución.

La encrucijada en que se desenvuelve nuestra sociedad en la etapa presente requiere precisamente ese ejercicio de “centrar el problema”. Los datos que cotidianamente recibimos a través de las actuaciones de los estados español y francés con relación a nuestro pueblo no son precisamente proclives a la garantía, en el presente o en el inmediato futuro, de un estatus firme con desarrollo libre y pleno de su personalidad en todos los niveles: social, lingüístico, cultural, económico.

Por el contrario, son los intereses foráneos quienes marcan las hojas de ruta que nuestra sociedad, cuarteada territorial, administrativa y políticamente, se ve obligada a seguir. No planteo, en este momento, asuntos relacionados con el transporte o las infraestructuras como aeropuertos, ferrocarriles, carreteras y puertos. Tampoco los lingüísticos y culturales, o los de bienestar social en general como sanidad, educación y vivienda, ni los que afectan a sectores como la agricultura, pesca o industria. Menos aun los relacionados con lo que se conoce, de manera reducida y superficial, como “política” (partidos, campañas electorales, coaliciones...)

Me voy a centrar en dos problemas que atañen directamente al núcleo de cualquier sociedad que se pretenda democrática. El primero se refiere a la libertad de expresión y asociación. El segundo, a esa lacra de la humanidad que es la tortura.

El tristemente famoso macroproceso 18/98 ha dejado al aire las vergüenzas del régimen político que impera en España. Mucho, casi todo, se ha dicho y escrito sobre el procedimiento incoado: falta de pruebas, acusaciones genéricas, imputaciones arbitrarias y sobre todo el sofisma que supone igualar judicialmente, por coincidencia de fines (políticos), a quienes practican atentados y quienes no lo hacen y se sirven exclusivamente de cauces como la movilización social, la insumisión o la desobediencia civil. No voy a repetir argumentos; intentaré sacar conclusiones.

Los últimos episodios de torturas y el descaro y chulería manifestados por los responsables políticos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado español que incurriendo conscientemente en claras contradicciones las asumen y ratifican, muestran de modo todavía más descarnado la auténtica faz de su régimen político.

El análisis de ambas realidades nos debe conducir a “centrar el problema”. No se trata de “extralimitaciones” del poder judicial, en el primer caso, o del ejecutivo, en el segundo. Se trata más bien de la cruda expresión de su completa “no-democracia”. No son “déficits democráticos”, son su ausencia total. Y ésta es una cuestión radicalmente política.

Ante esta situación deberíamos de una vez por todas asumir la necesidad de separarnos de ese cuerpo en descomposición que es el Estado español, rehacer la unidad de nuestra sociedad, asumir nuestra capacidad como sujeto político y plantearnos, con toda seriedad y también con todas las consecuencias, como objetivo estratégico acceder al estatus de Estado independiente, en Europa y en el mundo.

Las características de nuestra sociedad, sobre todo su conciencia nacional diferenciada de España y Francia, nos permiten definir el proyecto realista de este objetivo en un plazo no muy largo. Nuestra cultura política, patrimonio del único Estado independiente creado por los vascos, Navarra, viva a pesar de siglos de imposición y dominio, constituye un elemento de primer orden de cara a su consecución.

Hay quienes proponen otra alternativa, en teoría también democrática, que consistiría en la “conversión” de España, es decir del Estado español, y del francés también por supuesto, en una democracia en forma de estado confederal con aceptación del derecho a la secesión, con inequívoco reconocimiento de los derechos de expresión y asociación, con acoso, erradicación y penalización total de la tortura etc. Personalmente considero esta opción claramente inviable. Nuestra abrumadora minoría demográfica y el hondo nacionalismo que impregna hasta la médula la sociedad española la convierten en utópica y más alejada de la realidad política que el logro de nuestra independencia, a pesar de poder contar con los catalanes como aliados en tal proceso. En todo caso, también es posible, y deseable, coordinar con ellos los esfuerzos emancipadores para nuestra liberación simultánea.

Por otra parte, las reivindicaciones parciales, de objetivos limitados, como pueden ser la “amnistía”, el “stop a la tortura”, el “reconocimiento” de los partidos políticos “ilegalizados” por el más que ilegítimo régimen que gobierna hoy el estado español, son formas de plantear nuestros conflictos que, en mi opinión, sólo pueden recuperar su profundo sentido democrático a través de la consecución del Estado independiente propio como objetivo inmediato.

Pienso que “centrar el problema” consiste en otorgarle su dimensión política en el ámbito internacional y plantear nuestra independencia como una conquista democrática de primer orden. Posiblemente la única capaz de garantizar nuestra continuidad creativa y solidaria en el mundo. Opino, también, que deberán ser radicalmente políticos los medios para conseguirla. Es evidente que dicha batalla deberá resolverse en un campo no marcado por los intereses de los estados que actualmente nos controlan con toda su legislación (“leyes de partidos” o “sistemas electorales”, por ejemplo), su regulación arbitraria de derechos, sus sistemas educativos y de propaganda y su poder ejecutivo, sino en el de la profunda relación de fuerzas sociales. Por supuesto que en esta estrategia se podrán utilizar también los medios que otorga su propio sistema, pero siendo siempre conscientes de sus limitaciones y los fines para los que han sido creados.

Creo que cuanto más se demore el debate y la práctica necesarios para la consecución de la República de Navarra más graves serán nuestros problemas. Y que la democracia estará más lejos de Europa, incluidas por supuesto España y Francia.